01 febrero, 2012

Financiamiento y gestión cultural: encuentros y desencuentros


La gestión cultural es un campo disciplinar cuyos límites no están totalmente definidos y, quizás, no lo estén por mucho tiempo. O, mejor aún, quizás lo propio de la gestión cultural sea la carencia de límites, la potencia de abarcar todo lo hecho por el hombre ¿O caso no llevamos más de un siglo definiendo cultura como el conjunto de la creación humana?
Sin embargo cuando nos encontramos con otros discursos seguimos actuando una cultura limitada a eventos – palabra a despejar alguna vez – y espectáculos.
No entendemos, por ejemplo, que las empresas tienen su propia “estrategia de vida” en la cual pueden, o no, incluir a la gestión cultural. Que, en todo caso, somos nosotros quienes debemos encontrar un cierto “lenguaje de intercambio” capaz de superar el vacío que se produce entre discursos tan disímiles como la “rentabilidad empresaria” y la gestión cultural. Luego nos quejamos de la falta de fuentes de financiamiento.
Esta es la principal conclusión – absolutamente personal – que nos ha dejado el I Encuentro deResponsabilidad Social y Cultura que el pasado 29 realizamos en la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires con el auspicio, entre otros, de la OEI.
La convocatoria para esta jornada provino de la convergencia entre un instituto terciario no universitario y una empresa de consultoría cultural. La academia y el emprendimiento actuando juntos a pesar de poseer, naturalmente, lógicas muy diversas.
Este blog fue, en todo caso, la plataforma sobre la cual se pudo construir esa coincidencia; fuimos, para decirlo rápidamente, quienes presentamos a los novios de este matrimonio.
Se definió como objetivo principal del mismo el “... hacer análisis, durante este encuentro, de los vínculos existentes y posibles entre la Cultura y la Responsabilidad Social, permitiendo la reflexión sobre el papel del sector privado en la cultura –en sus varias acepciones- a través de sus diferentes prácticas de RSC. Y ello a través de aportes teóricos y de prácticas concretas llevadas a cabo por empresas invitadas y fundaciones. Es propósito de este Encuentro facilitar el intercambio de experiencias, conocimientos y puntos de vista, en un enriquecimiento mutuo de los asistentes.” Sería imposible resumir en una entrada toda la riqueza temática del mismo. Pero hay un aspecto que rondó varias de las ponencias: el vacío que hay entre quienes nos dedicamos a la gestión cultural en la Argentina y el mundo de la empresa.
Por ejemplo, Ricardo Pinal, Director de proyectos culturales de la Fundación Banco Ciudad comenzó su exposición diciendo (en cita libre)...me llamo Pinal, ni Pina, ni Pinar; lo mínimo que uno espera de quien viene a solicitar apoyo financiero para un proyecto cultural es que se haya tomado el trabajo de saber a quién se dirige. Una obviedad que, en su experiencia, la gestión cultural no registra.
Contó también las dificultades que suelen presentarse con la ubicación geográfica de los proyectos: si auspiciamos un evento en la Ciudad de Buenos Aires y luego lo mudan a otra provincia lo mínimo que esperamos es que nos consulten si pueden seguir usando nuestro logo.
Desde la gestión cultural no evaluamos – agregamos nosotros – que el uso de una marca tenga reglas geográficas. Y es más, no tenemos porque conocer ni entender toda la estrategia de marca de la empresa.
¿Nos autoriza eso a utilizar urbi et orbi un auspicio que nos dieron para un tiempo lugar determinado? No, y no lo pensamos, nuestra preocupación está centrada en el hecho cultural y no en la estrategia comercial.
Porque hay que decirlo, también la gestión cultural suele pecar de cierta endogamia. Esgrimimos – aunque no lo digamos – la idea de que nada hay más importante que la cultura. Claro, luego nos quejamos de la falta de vocación de las empresas por los proyectos culturales.
Una anécdota más de este panelista: vienen y te presentan un presupuesto por 50.000 pesos; la entidad de pronto dice: podemos aportar 20.000. Y nos responden que está bien, que con eso se arreglan y nos preguntamos ¿Cuándo nos mienten? ¿Cuando piden 50.000 o cuando se conforman con 20.000?
En un aparte informal dentro del encuentro charlábamos sobre por qué algunas empresas hacen lo imposible por no participar de este tipo de encuentros y seminarios. Uno de los empresarios presentes – a quien no nombraremos – confesó que la más de las veces prefiere no exponerse a pedidos intempestivos; vas a un seminario para hablar de financiamiento privado a la cultura y te bombardean con pedidos insólitos sin el menor criterio.
En extrema síntesis: para obtener financiamiento privado para proyectos culturales es imprescindible actuar con extrema profesionalidad. Y si alguien cree que esto es una obviedad por favor vuelva a leer las anécdotas que hemos referido.
Se nos dirá que las empresas tampoco son tan inocentes; que muchas veces la gestión de fondos para la responsabilidad social empresaria queda en manos de un “amigo al que le gusta el arte” y también será cierto.
Pero la pregunta debiera ser siempre sobré qué podemos hacer nosotros para construir un puente con el resto de los actores sociales y económicos ya que lo dicho aquí para los empresarios seguramente vale para los funcionarios públicos, los artistas o los medios de comunicación.
A ese puente es al que llamamos “lenguaje de intercambio”. Un discurso que, sin abandonar las preocupaciones básicas de nuestra práctica profesional, sea capaz de entender las preocupaciones del otro y ofrecer proyectos comprensibles también en términos de rentabilidad. Un discurso construido en base a unas pocas ideas:
Todo proyecto cultural es financiable en la medida de su prestigio; de modo que la primer preocupación es explicar cómo ese prestigio puede beneficiar a quien financia la actividad.
El presupuesto no es ni un requisito formal a cumplimentar ni una expresión de deseos; el presupuesto es una herramienta de gestión que, incluso, puede escalarse para explicar por qué podemos adecuar la propuesta a diferentes disponibilidades.
La entrevista con un posible auspiciante no es una reunión de amigos sino una negociación entre intereses diversos los cuales hay que mapear cuidadosamente. Tanto los propios como los ajenos. Debemos conocer a nuestro interlocutor tanto como podamos y lo que no sabemos simplemente preguntarlo. Recordemos que, por grande que sea la amistad que tengamos con esa persona, su decisión está sometida a juicios de todo tipo por parte de la organización que representa.
Hay una coherencia, incluso ética, entre el tipo de proyecto que estamos impulsando y el tipo de empresa a la que nos dirigimos. El juez último de esa coherencia es nuestro público, conocer sus valores y actitudes es parte central de la sustentabilidad del proyecto. Si traicionamos a nuestro público lo perderemos pero además estaremos proponiendo un muy mal negocio a nuestra socio eventual.
Obtenido el apoyo financiero de una empresa – o cualquier otra organización – debemos comprometernos no sólo a cumplir con nuestra parte del trato sino y fundamentalmente a lograr que nuestro socio salga beneficiado. Beneficios mutuos construyen relaciones duraderas.
El arte de negociar apoyos es, naturalmente más complejo, pero estas pocas ideas son un buen lugar para empezar a recorrerlo. Algunas entradas de nuestro blog – que listamos al final – son también puertas de entrada a este mundo. Y sobretodo recomendamos analizar los casos que publica el ConsejoEmpresario Argentino para el DesarrolloSostenible.


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