05 noviembre, 2015

Políticas culturales en el medio rural y el rol de los actores sociales

En el marco del tercer Congreso Internacional Sobre Socialización del Patrimonio en el Medio Rural
que se realiza por estos días en la ciudad de Benito Juarez - Buenos Aires - Argentina estamos presentando una ponencia sobre políticas culturales en el medio rural.
El medio rural es hoy – al igual que el mundo en sí – sustancialmente distinto del que era solo una generación atrás; sin abundar en cifras debemos decir que vivimos un acelerado proceso de urbanización de la experiencia humana que, si no se detiene, vaciara nuestros espacios rurales en pocos años.
Digamos, como dato ilustrativo, que según datos del Banco Mundial la población rural de la Argentina alcanza solo a un 8% del total. Es decir que, más allá de los muchos y muy interesantes debates teóricos sobre qué es la ruralidad hoy, podemos pensar que evolucionará hacia las pequeñas ciudades y los espacios rurbanos de transición.
Debemos decir también que la ruralidad es, en general y particularmente en Argentina, un fenómeno profunda y constitutivamente heterogéneo
Deberíamos, en este sentido, hablar de una expresión espacial del poder que instrumenta al territorio - en este caso el rural - como parte de redes productivas globales que lo subordinan cada vez más al poder de la ciudad.
Relaciones de poder que devienen cultura, es decir estrategias de vida superpuestas y contrapuestas según el lugar más instrumental o más trascendente que el suelo ocupe en esas sub culturas específicas.
Si el suelo es ese lugar que desmontamos primero y envenenamos después con agroquímicos para sembrar transgénicos sin ninguna prevención ambiental o la tierra sin mal a la que habremos de santificar para construir nuestro domicilio existencial.
Pensemos, a modo de extremos, en la ruralidad de las comunidades aborígenes pauperizadas del norte argentino y las comunidades rurales de nuestra pampa húmeda que también ha sido llamada pampa gringa.
Indios y gringos son, ambas, categorías culturales pero cargadas de profundas diferencias sociales.
Destacar esta diferencia entre categorías culturales y categorías socio económicas no es caprichoso: supone atreverse a pensar la relación entre particularismos culturales y poder social.
La marginación, material y simbólica de unas culturas en beneficio de otras. Y las posibilidades y frustraciones que las políticas culturales enfrentan a la hora de aportar a la construcción de mejores convivencias en los territorios.


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27 octubre, 2015

Identidades Culturales Superpuestas: desafíos para la administración cultural del siglo XXI


El mundo que vivió entre las revoluciones burguesas de fines del siglo dieciocho – la americana,
1776 y la francesa de 1789 – y la implosión del estado soviético – 1991 – operó sobre un supuesto cultural que no siempre recordamos: un estado, una cultura.
Así podríamos recorrer páginas, discursos y acontecimientos destinados a consolidar ideas tales como LA CULTURA ESPAÑOLA, LA CULTURA ARGENTINA y tantos otros.
Claro que si hablamos, por caso, con gallegos, catalanes y vascos, cultura española se escribe, seguramente, con menos mayúsculas y muchos más adjetivos que sustantivos.
Si recorriéramos la Argentina con una mirada bien abierta veríamos que guaraníes y mapuches – entre tantos otros – están culturalmente hablando más cercanos a sus hermanos paraguayos o chilenos que a un habitante de la ciudad de Buenos Aires.
Entre 1776 y 1991 esta contradicción estuvo tapada por conflictos inter burgueses – diría el marxismo – o por conflictos nacionales diversos y complejos – según creemos que mostró la historia.
Pero caído el muro de Berlín los viejos nacionalismos volvieron por sus fueros y – en un extremo – borraron estados completos como la Yugoslavia de Tito o recrearon naciones como la Alemania por solo citar dos ejemplos obvios.
Lo cierto es que esa dura argamasa entre estado y cultura forjada – también en un extremo – a sangre y fuego durante más de doscientos años saltó por los aires en unos pocos lustros.
Algunas miradas hablan de “un mundo de ciudades”; estados que se perciben a sí mismos como herederos de “civilizaciones milenarias” como postula el Plan Nacional de Cultura de México o Bolivia que se define a sí misma como estado multinacional.
Hasta aquí una breve reflexión histórica formulada desde una generación nacida hacia mediados del siglo pasado y que pasó de la era nuclear – máxima amenaza bélica de una modernidad prolífica en batallas – a la aldea digital – máxima constancia tecnológica de una posmodernidad aún innominada.
¿Cómo impacta esta reflexión histórica en el discurso de la administración cultural? Empecemos proponiendo algunas afirmaciones sobre las cuales, creemos, no hay demasiada discusión:
nuestros estados abarcan más de una cultura
nuestras culturas atraviesan más de un estado
nuestras ciudades son crecientemente multiculturales
nuestras culturas se sostienen / espejan en más de una ciudad
nuestros idiomas expresan más de una cultura
nuestras culturas insisten en expresarse en más de un idioma incluida, claro, la idea de “segunda lengua” en nuestros programas educativos
Un bonito desorden heterogéneo, cambiante, complejo, conflictivo, abigarrado y, sobre todo, polifacético.
Y sin embargo los estados – y los más grandes conglomerados empresarios – son quienes disponen de los mayores presupuestos para formular y sostener políticas culturales.
Las empresas, naturalmente, piensan el mundo como mercado. Los estados ¿pensaran el mundo como ciudadanía? ¿serán capaces de formular derechos culturales que trasciendan las fronteras? Más allá, claro está, de las buenas intenciones de una u otra declaración.
La administración cultural debería, nos parece, pensar el mundo como participación y sentido. Trascendencia de la experiencia humana, al fin y al cabo.
Para esto la administración cultural debería asumir que el caos no es una opción entre otras; es una realidad que llegó para quedarse.
Que la uniformidad no sólo es indeseable porque sacrifica la infinita diversidad humana; además es inviable y anti económica.
Que las regiones culturales, las rutas temáticas y las ciudades mismas son territorios inculturados por múltiples relatos fundacionales.
Que desde una objetividad honesta y veraz – subjetividad histórica y socialmente compartida – cada pedazo de suelo le pertenece a diversas, y a veces contradictorias, místicas culturales.
Y, finalmente, que si estas premisas son compartidas la administración cultural tiene por desafío la construcción de múltiples regiones de convivencia cultural. Sin la ingenuidad de tolerar la intolerancia; sin el menor atisbo de discurso único.

¿Qué herramientas ha desarrollado la gestión cultural para intervenir proactivamente en este escenario? Hasta ahora unos pocos organismos multilaterales o de cooperación intercultural y no mucho más. Quizás sea este el desafío más trascendente para la administración cultural de este siglo ya quinceañero. 

24 septiembre, 2015

Patrimonio e identidad cultural: aproximaciones preliminares

- Nadie duda de la relación íntima entre patrimonio e identidad cultural. Ambas realidades se requieren mutuamente activas para ser tales. O, para decirlo más llanamente: no hay identidad cultural sin un patrimonio cultural material e inmaterial que la sostenga.

- Tan necesaria es esta relación que, para ser claros, necesitamos partir de la mala noticia que lleva implícita: el patrimonio cultural es caro, muy caro. Sin inversión no hay patrimonio y sin patrimonio no hay identidad.

- Y cuando decimos inversión nos referimos a recursos de todo tipo de los cuales el más importante no es el monetario aunque a veces parezca lo contrario.

- ¿Reduce esto el problema a una cuestión de economía de la cultura? No, pero ayuda y mucho empezar por ahí. Eso intenta poner a debate mi participación en estas jornadas.

- Un buen subtítulo para esta ponencia podría referirse a modelos sustentables de gestión del patrimonio cultural en el medio rural. Una sustentabilidad que tendría que atender, por lo menos, tres ejes:
* sustentabilidad ambiental
* sustentabilidad participativa y
* sustentabilidad financiera

- Permítaseme citar a una amiga y colega que ha trabajado mucho en el Proyecto Huellas, María Silvina Iroleguy, quien hablando del próximo congreso internacional de patrimonio cultural en el medio rural que se hará en Benito Juarez, provincia de Buenos Aires en noviembre próximo quien decía que, para hablar de patrimonio cultural hay que:

"Trabajar en el sentimiento colectivo, con gente que quiere comprometerse con la comunidad, que quiere cambiar las formas de relacionarnos con nuestra cultura. Emancipar el conocimiento mediante la expansión de los saberes y la co-creación de contenidos y metodologías. De este modo conoceremos las distintas formas de ver, tratar y considerar al patrimonio rural como generador de riqueza y posibilitar a los agentes locales el desarrollo de iniciativas culturales y económicas innovadoras y sostenibles dentro de su propio territorio."

- Como se ve están presentes estos tres ejes a los que hacíamos referencia; la participación, la sustentabilidad y la economía yendo, incluso, un paso más adelante: la creación de riqueza.

- Pero antes de avanzar por el camino de la economía de la cultura conviene decir que el concepto mismo de patrimonio cultural está cruzado por varios debates teóricos que nosotros vamos a omitir en razón de la brevedad.

- Sí necesitamos dejar sentada posición en cuanto a que patrimonio natural, patrimonio histórico y patrimonio cultural forman parte de una misma construcción social e histórica a la que llamamos cultura. Es decir que no se trata de fenómenos aislados en sí ni mucho menos de realidades rígidas e inmutables sino que están sujetas al cambio y la creatividad de las personas y las comunidades. Son parte fundamental de esa estrategia de vida que, siguiendo a Kusch, denominamos cultura.

- De lo cual se desprende la necesidad de "abrir los modelos mentales" con que operamos sobre el patrimonio. Entender que el patrimonio cultural está sujeto a presiones y disputas de poder que nunca son inocentes. Y que una construcción democrática y participativa del patrimonio común requiere decisiones políticas y económicas surgidas desde las complejas tramas sociales de nuestras comunidades sin exclusiones de ningún tipo.

- Y que debemos prevenirnos contra todo intento de imponer una visión única y verticalista de la identidad y el patrimonio cultural. Como solemos decir: la cultura no debe pedir permiso.

- También el concepto de identidad cultural está habitado por múltiples confusiones: la más grave de ellas es la idea de una identidad cerrada sobre sí misma e inmune a los cambios.

- Una identidad cultural que se desangra en las pérdidas a que es sometida por el influjo creciente de la "globalización" que todo lo destruye. Cierto es que hay una globalización escrita
desde el poder y que tiende a la uniformidad de la experiencia humana.

- Pero también hay una globalización asentada en la construcción de nuevas y más democráticas convivencias planetarias. Donde el conocimiento, la tecnología y nuevas formas de socialización son posibles a condición de centrarse, justamente, en la propia identidad cultural.

- ¿Pero qué es entonces la identidad cultural? El conjunto de rasgos, costumbres, tradiciones que nos hacen ser diversos de otras experiencias humanas construidas en el tiempo y el espacio por los diferentes actores sociales que habitan un territorio.

- Porque la identidad cultural es siempre una constatación de la otredad inevitable de la experiencia humana. Aun en la universalidad de la que toda persona forma parte.

- Rodolfo Kusch, filósofo argentino empeñado en desvelar lo americano profundo, decía que "Una cultura americana no ha de consistir en ver alguna vez un cuadro y decir que ese cuadro es americano. Lo americano no es una cosa (...) La cultura americana es ante todo un modo: el modo de sacrificarse por América".

- Parafraseando a Kusch podemos decir que la identidad cultural no es una cosa sino el modo en que nos sacrificamos por nuestro hábitat.

- Pensadas desde allí patrimonio e identidad cultural son cualquier cosa menos un conjunto de repositorios prolijamente catalogados: son materia viva que co creamos en comunidad mediante nuestra decisión de construir este pedazo de mundo sobre el que asentamos nuestro domicilio físico y existencial. Después vendrán las técnicas de catalogación, las restauraciones y las puestas en valor.

- Allí la técnica cobrará un valor superior que la técnica misma: el valor de nuestra decisión cultural de estar aquí, en este mundo nuestro, dialogando con el mundo otro. Y en absolutos términos de paridad humana.

- Permítaseme ilustrar esto, brevemente, con la experiencia de mi propio pedazo de mundo: la ciudad de Glew en el conurbano bonaerense.

- Glew era hacia mediados del siglo pasado un pueblo rurbano donde el tambo empezaba a dejar paso a la ciudad dormitorio que proveía de mano de obra a la creciente industrialización de las periferias porteñas.

- Llegó entonces un artista plastico - Raul Soldi - que propuso y logró pintar la capilla del pueblo en acuerdo con la comisión Mediator Dei del Obispado de Buenos Aires.

- La pintura consiste en narrar la vida de Santa Ana y San Joaquín, padres de Maria, abuelos de Jesús, en las calles y con las costumbres del pueblo de Glew. Así el milagro evangélico ocurre en la esquina de mi barrio, en sus calles polvorientas, pueden verse los por entonces últimos molinos de viento que abastecian de agua a la producción rural.

- Con el tiempo e investigando la génesis de la obra supimos que la misma formaba parte del movimiento de inculturación del mensaje evangélico que culminó con las reformas del Concilio Vaticano II. El equivalente, en artes plásticas, a La Misa Criolla.

- Lo interesante del caso es que las familias más tradicionales del pueblo se opusieron a la obra porque no respetaba las tradiciones locales.

- Hoy, apenas seis décadas después, no es posible pensar la identidad de nuestra ciudad sin la capilla pintada por Soldi, además de otras obras como la fundación que lleva su nombre y exhibe sus cuadros y administra una sala teatral donde se forman elencos de vecinos que han obtenido diversos premios. Y además la Biblioteca Pablo Rojas Paz que al homenajear al escritor tucumano nos emparenta, por ejemplo, con la fuente de las Nereidas de la escultora Lola Mora.

- Ese patrimonio cultural se montó a pesar de las tradiciones locales recombinando disponibilidades propias y ajenas. Se sacrificó una parte de la identidad preexistente para gestar una identidad más potente.

- Una identidad cultural que - diría Kusch - está siendo y que, en un punto, no ha terminado de desplegarse en toda su potencialidad.

- ¿Estamos diciendo que para gestar nuevas identidades culturales es siempre necesario sacrificar lo existente? De ninguna manera.

- La identidad y el patrimonio cultural son siempre el producto de recombinar lo existente, lo apropiado, lo prestado y lo que, en un extremo, podría no existir. Incluso resignificando aquello que se nos ha impuesto contra nuestra voluntad, como cuando mapuches, guaraníes o collas resignifican el término "indios".

- ¿Podría imaginarse la cultura urbana de la Argentina sin el llamado rock nacional? Un movimiento cultural que nació de reprocesar un elemento cultural ajeno impuesto por la industria musical norteamericana.

- Incluso el rock nacional funcionó como herramienta de lucha contra las variopintas dictaduras que sufrimos durante la segunda mitad del siglo pasado.

- Y si hablamos de préstamos, imposiciones, apropiaciones, de lo propio y de lo ajeno estamos hablando de economía de la cultura: la aplicación de recursos escasos a fines múltiples.

- La diferencia sustancial es que el patrimonio y la identidad cultural son fenómenos abundantes. De hecho podríamos hablar, parafraseando a Santillán Güemes, de los múltiples e infinitos modos en que las personas y las comunidades resuelven sus relaciones esenciales con la propia comunidad, las otras comunidades, la naturaleza y lo que consideran sagrado con el objeto de dar continuidad y sentido a su propia experiencia cultural.

- En términos económicos el patrimonio cultural puede perfectamente ser asimilado al stock de las organizaciones comerciales. Solo que en esto las organizaciones comerciales tratan de llegar al nivel cero de stock ya que su mantenimiento es muy caro, tanto en términos financieros cuanto en términos de acondicionamiento, seguridad, etcétera.

- En el terreno de la cultura está claro que no podemos siquiera pensar una situación de stock cero: no habría lenguajes, ni símbolos ni convivencia posibles. De allí que digamos que la cultura es el fenómeno más caro pero también más irremplazable de la condición humana.

- Las empresas resuelven esto mediante diversas técnicas productivas que tienden a la movilización permanente de sus stocks ¿Podemos aprender de estas técnicas para hacer más sustentable el patrimonio cultural? Creemos que sí, a condición de no olvidar que estamos hablando de continuidad y sentido y no de un simple problema de costos.

- En primer lugar entendiendo que el patrimonio cultural es una disponibilidad que entraña costos pero que consagra el valor en la medida que lo usamos. Para decirlo más directamente: no hay patrimonio cultural más caro que aquel que no se usa intensivamente.

- Hay un uso evidente, muy consagrado, que es el turismo cultural: la posibilidad de atraer audiencias hacia nuestros territorios en función de un patrimonio cultural bien organizado y adecuadamente interpretado. Un uso económico que siempre podemos mejorar.

- Pero hay otros usos menos extendidos pero que también tiene implicancias económicas: el cruce con otras experiencias de los sectores públicos, sociales y aun privadas. Por ejemplo las bibliotecas, las escuelas, los hospitales y aun los cuarteles militares.

- Si logramos esto es posible pensar en el público ya no como audiencias sino como socios privilegiados en el sostenimiento y promoción del patrimonio cultural. Nuevas tecnologías como las plataformas de crowfunding pueden ser claves en el fondeo de nuestro patrimonio.

- La diferenciación entre bienes cuya conservación requiere condiciones de guarda muy estricta de aquellos que pueden ser movilizados más intensamente saliendo a la búsqueda de públicos.

- Por último es clave pensar el cruce con las industrias culturales. Un ejemplo obvio es que todo patrimonio (natural, histórico, cultural) puede ser instrumentado como locaciones para las producciones de las industrias culturales.

- Para sintetizar: el cruce entre identidad y patrimonio cultural requiere de nuestro sacrificio en defensa de nuestro hábitat, un sacrificio en el que necesitamos salir del espacio de los especialistas para involucrar a todos los habitantes del territorio. Pero también de la instrumentación económica en términos de movilización de recursos. No se trata de una u otra sino de la recombinación creativa de ambas dimensiones y sus respectivas variables.

18 septiembre, 2015

Proyectar cultura: talleres en Chubut

En el pasado mes de junio dictamos un taller intensivo sobre realización de proyectos culturales junto
a nuestro amigo y colega Jorge Suarez Armillei. En esa oportunidad la Lic. María del Carmen Arias nos realizó una entrevista para el área de comunicación de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. Publicamos ahora el texto de la misma:

“LA CULTURA ES ESTRATEGIA DE VIDA”
“La cultura es estrategia de vida” afirman Fernando de Sá Souza  y Jorge Suárez Armillei, coordinadores del taller intensivo de realización de proyectos culturales" (17 y 18/6) organizado por la Asociación de Bibliotecarios del Chubut y la Biblioteca “Gabriel A. Puentes” de la Trelew  de la UNPJSB.
“Vamos donde nos convocan - enfatizan -, con la expectativa de contribuir a la autonomía y la profesionalización de la gestión cultural.
La propuesta estuvo orientada a estimular “la cultura de la participación a través de instrumentos que promuevan el desarrollo local a través de la elaboración de proyectos” y se ha replicado en distintas provincias.
Sá Souza es licenciado en Gestión y Administración de Políticas Culturales y es docente de Creatividad del Ministerio de Educación de la CABA; de Administración cultural en la Universidad Nacional de Avellaneda; de Nuevas Tecnologías en la Universidad Nacional de Lanús y de Estrategia y negociación en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. En su extenso currículum como conferencista y autor, suma el planeamiento, ya que fue coordinador de la Dimensión Social del Consejo del Plan Estratégico de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires .
 Jorge D. Suárez Armillei, Técnico Superior en Administración y Gestión de Políticas Culturales,  se ha desempeñado en diversos organismos nacionales vinculados a la música, la danza, la comunicación y la educación. Desde 2007 ocupa lidera proyectos de la Fundación PUPI (Por Un Piberío Integrado) vinculados a la edición de libros. Es también autor literario y guionista.
Los docentes plantean que es posible lograr la concreción de esas iniciativas con una gestión más profesional. “Esto requiere parámetros más desarrollados, saber a qué público me dirijo y conocer cuáles son los aportes que pueden hacer los sectores público y privado a través de líneas de promoción que puedan existir, programas nacionales, provinciales, etc.”, indican.
Aquí, con un optimismo que en forma visible supieron transmitir a los participantes del taller agregaron que “hay que aprovechar los circuitos en vigencia, pero si no alcanzan se pueden crear nuevos”
“No podemos obviar que el campo cultural comprende del 3 al 5% de la economía global”,  apunta Sá Souza .
SER HUMANO ES SER CREATIVO
“Parte de nuestro trabajo es movilizar las capacidades creativas,  que quedan escondidas detrás de prototipos de comportamiento no suficientemente debatidos. El aspecto más estudiado es la expresión artística, pero no interesa poner en discusión al sentido común o más, desmantelarlo”, coinciden.
“Debemos reconocer las propias capacidades y las del otro. Asumir que la creatividad no se trata de un don misterioso, es lo que nos convierte en humanos.
Todos somos creativos,  pero pocos lo desarrollan y menos viven de su creatividad, Primero tenemos que ver las facetas creativas y luego desarrollarlas. Pero todos empleamos creatividad para la vida cotidiana, el trabajo, y en general todos tenemos ideas por ejemplo para resolver situaciones o para mejorar la calidad de vida en las ciudades. Sí es necesario emplear herramientas para canalizar esas ideas.
 “Ponemos el acento en la necesidad de entrenar la capacidad de formular proyectos sistemáticamente, empleando una multiplicidad de herramientas,  a las que se accede abrevando en capacitaciones formales o no”,  precisa Suárez
Un paso fundamental es profundizar para entender el problema, tal vez así descubramos que no hay una única solución. Otro aspecto es que nuestros proyectos aporten no solo a la coyuntura,  sino a mediano  y  largo plazo.
CUESTIONAR Y TRANSGREDIR
“Apuntamos a la autonomía de la gestión cultural frente al mercado, el estado y la política como únicas expresiones posibles. Por supuesto que es importante que los criterios vinculados a la creatividad y  la cultura sume a referentes de los poderes ejecutivos, pero el campo cultural excede a los organismos. Apelamos a los emprendedores para que desarrollen sus iniciativas, lo que también comprende  al sector privado e inclusive al empresarial.
Cuando hablamos de la ´crisis de la Modernidad´ que tuvo muchas virtudes, pero impuso la verticalidad entre otras características -  - esto se corresponde con el fin del modelo de las grandes secretarías de cultura y  la aparición de consejos, institutos, estructuras más dinámicas que den cuenta ya no de ´la´ cultura sino de ´culturas´ que se desenvuelven en diferentes territorios,  a través de abordajes multidisciplinarios.
La mirada cerrada de la cultura, que solo legitima las artes académicas por ejemplo,  el patrimonio cultural, limita el desarrollo del ser humano, que es diverso por naturaleza.
En este sentido, la cultura no puede ser sistémica,  es por definición cuestionadora y transgresora”.
Lic. María del Carmen Alvarez
Comunicación Universitaria
UNPSJB sede Trelew
La semana próxima estaremos nuevamente en Trelew presentando la ponencia “Patrimonio e identidad cultural en ambientes rurales” en el marco de las II Jornadas Bibliotecarias de la Patagonia y VII Jornadas Bibliotecarias del Chubut.
En ese marco volveremos a encontrarnos con los participantes de este taller para compartir experiencias y perspectivas.

27 febrero, 2015

¿Hacer cultura? ¿Para qué?

Todas las personas hacemos cultura; sólo que algunos haceres son más visibles que otros. Cuestión
de recursos, de capacidades, de prestigios y, por qué no, de poderes diferentes.
La mayoría de las personas hace cultura de un modo inconsciente y en el acto mismo del vivir cotidiano; otras de un modo deliberado, con objetivos precisos. Entre unas y otras todas las graduaciones son posibles para este hacer cotidiano, social e histórico que pretendemos englobar bajo el concepto genérico de hacer cultura.
"Lo cultural" está cada día mas presente en la agenda pública, por lo menos en el plano discursivo. Casi no hay pagina de diario donde, por una u otra razón, no se mente "lo cultural" como origen de los mas diversos fenómenos: desde los accidentes de tránsito hasta el calentamiento global parecen depender de un cierto sustrato humano al que llamamos cultura. Sobre el que se predican las más diversas formas de intervención publica o privada o, mejor aun, ambas a un tiempo.
Las personas hacen cultura a través de pequeños gestos. Decisiones mínimas que, a través de procesos complejos, a veces incognoscibles, devienen cultura.
Cuando alteramos la forma de preparar un alimento o incorporamos un producto nuevo a nuestra vida cotidiana estamos haciendo cultura en el sentido mas amplio del término.
Cuando decidimos ir a ver un espectáculo musical y no otro; o no ver ninguno; estamos haciendo cultura.
Cuando algunas formas sexuales pasaron de ser practicas prostibularias o clandestinas a una opción más dentro del juego amatorio de cualquier pareja estamos haciendo cultura.
Porque la cultura esta hecha de esos pequeños gestos cotidianos que ejecutamos porque sí; porque nos placeen, porque acostumbramos. Son reiteraciones de un antiguo mapa mental que hemos heredado en su mayor parte; que hemos adquirido por la educación o, incluso, por el peso creciente de las industrias culturales.
Quizás, "el principio del placer" de Sigmund Freud o ese "interprete" memorioso y acomodaticio que, según las neurociencias, aloja nuestro cerebro para orientar nuestro vivir cotidiano.
Un repertorio cotidiano provisto por la cultura sobre el que vamos escribiendo cambios y permanencias según las movedizas condiciones de nuestros entornos físicos y simbólicos.
Claro que algunos de esos cambios son simples modas pasajeras sin otra consecuencia que su rápido reemplazo. Pero otros, tal vez los menos, perfilan nuevos modos de ser humanidad.
El gesto - cuya complejidad merece más que este breve texto - es el espacio mas íntimo de ese hacer cultura; el lugar del libre albedrío mismo.
El gesto puede consistir, en un extremo, en hacer existir aquello que podría no existir. Y entonces ya estamos creando un mundo que resulte más habitable. Y aun así no ser conscientes del impacto cultural - integral - que puede tener nuestro gesto.
Todo gesto entraña un sentido que pude ser instrumental como cuando ensayamos un modo nuevo de hacer algo. O simbólico cuando significamos un afecto, un artefacto o una ilusión.
¿Cuándo fue, por ejemplo, que los varones argentinos empezamos a saludarnos con un beso en lugar del tradicional apretón de manos?
Gesto y sentido son inseparables. Y, como tales, embrión de cultura. Pequeñas decisiones cotidianas, voluntarias o no, instrumentales o significadas, que articuladas con comportamientos colectivos adquieren dimensión de cultura.
El gesto, aun cuando fuere casual o involuntario, siempre esta situado entre un cierto horizonte simbólico que define lo que podemos imaginar hacer y un suelo o nicho ecológico concreto que presiona como límite y plataforma.
El gesto entendido como simple voluntad de estar ahí apunta siempre a un vivir digno o significado - con sentido - desde la cotidianeidad del vivir. Reflejo de cultura - estrategia de vida, decía Kusch. El gesto es expresión del mero estar cuando remite a la simple necesidad de vivir. Su aparente pasividad encubre un comportamiento - casi - ritual como el de quien se persigna frente a la imagen de la virgen María entronizada a la entrada al tren subterráneo en, por ejemplo, la estación Constitución de Buenos Aires. Eso corresponde al pueblo que pasa y celebra porque vive.
En estos casos el gesto es un residuo del rito; una suerte de hermano menor que en lo cotidiano memora y reinstala la conciencia mítica reiterando un gesto ritual sin ser el rito en sí.
Otra cosa es entronizar la imagen de la virgen porque ahí ya hay un plan, una política. Un acto deliberado en suma, que se imagina, se proyecta y luego se ejecuta.
Hay ya una cierta vocación de poder o, cuando menos, de establecer algún tipo de vínculo con él.
La cultura aparece entonces con un sentido explícito que busca ser de una determinada manera y no de otra. Que proyecta una valoración del mundo y las formas de habitarlo.
Aunque a veces se enmascare detrás de elementos técnicos o del más refinado concepto de buenas prácticas las políticas culturales siempre instalan un sentido.
Las técnicas son necesarias, aún imprescindibles porque construyen capacidades, pero cuando se proponen como sustituto de una cultura devienen subterfugio. Porque hacer cultura supone, ya lo dijimos, instalar un sentido del vivir en comunidad.
Capaz, parafraseando de nuevo a Kusch, de fagocitar todo lo necesario para hacer cultura, incluso las técnicas, desde el propio sentido.
Un sentido que debemos hacer explícito para que sea honesto y promueva convivencia. Porque cuando se escamotea huele a dominio enmascarado. A poder que se oculta.
Todas las formas de poder – aún las más perversas – han proyectado una cultura. De allí la necesidad de exponer los mapas de la cultura y de aquello que solemos llamar lo cultural y sus construcciones implícitas de sentido.
Abrir el mapa significa preguntarse por los protagonismos y las valoraciones ¿El hacer de quién se privilegia? ¿Por qué un obrar es arte y otro artesanía? ¿Por qué los organismos culturales tienen el diseño que tienen? ¿Cómo se definen los presupuestos culturales?
Para promover mejores convivencias necesitamos explicitar, criticar, revisar, de-construir y reconstruir permanentemente el hacer cultura de cada comunidad. Y los mapas culturales que le dan sustento, justificación histórica. Hacemos según el mapa cultural desde donde actuamos; un guión implícito que gusta de ocultarse, volverse sentido común.
Como se dijo, las personas - y las organizaciones - hacemos cultura de un modo cotidiano y permanente si es que consideramos que cultura es todo lo hecho por la humanidad social e históricamente.
Donde lo social se articula de modos a veces misteriosos con lo individual ¿que hace que la creatividad de una persona, o un grupo de ellas, trascienda el tiempo y el espacio sino la persistencia social en valorarla aunque nunca nos pongamos de acuerdo en cómo ocurre esa valoración?
Históricamente porque cada obrar ocurre en un desesperado aquí y ahora donde formulamos, revisamos y cambiamos nuestras estrategias de vida.
Algunas personas e instituciones desarrollan ese hacer cultura como un hacer especializado y consciente: ejecutan políticas culturales para incidir en el devenir histórico de esas estrategias de vida.
Para concebir, planificar, ejecutar y evaluar esas políticas culturales han necesitado definir un término - cultura - que ha estado sometido a los vaivenes del poder de unas personas y sociedades sobre otras. Un poder que se legitima precisamente en un modo de entender y promover algunas formas de convivencia humana en desmedro de otras.
Desde este lugar es imposible hacer cultura sin sustentarse en un cierto modelo de cultura que, naturalmente, no es neutro en términos de derechos y obligaciones y que, con demasiada frecuencia, significan privilegios para unos y onerosas cargas para otros.
Desde la esclavitud y los varios apartheids que supimos construir hasta las exclusiones varias que aun hoy sufren nuestras sociedades, la condición humana se ha basado en distintos modos de hacer cultura que construyeron entre sí relaciones polifacéticas y complejas. Heterogéneas, cambiantes, complejas y conflictivas; nos recuerda siempre Santillán Güemes.
La experiencia humana construye una apropiación planetaria que - en un sentido amplio - podemos rastrear hasta el principio de los tiempos. Los viajes de Marco Polo o la circunvalación del planeta son puntos de inflexión en ese proceso.
La globalización - entendida en su especificidad económica y financiera - es un momento de ese proceso de más largo aliento. La pequeña y la gran historia en términos de Kusch.
Una globalización que está sostenida por la superposición de las más diversas matrices de poder que abarcan desde la vida religiosa de los pueblos hasta los sistemas de distribución de contenidos de todo tipo: socialización, entretenimiento, arte, educación, etcétera.
Sus resultados – los de la globalización – están a la vista; alcanza con leer las conclusiones del informe NUMA 2013 o, para ser más claros, sus advertencias sobre la crisis ecológica terminal que vive el planeta para entender que el actual orden global no sólo es injusto – que ya sería bastante – sino profundamente riesgoso para el sostén de la vida humana misma. Y sin embargo está sostenido por unos modos de hacer cultura que desplazaron, y siguen desplazando, a otros posibles.
No es este el lugar para un análisis pormenorizado de estas matrices de poder que intentan gobernar el mundo pero sí para decir que el hacer cultura no puede ser indiferente a sus tensiones, conflictos y oportunidades. Y de hecho, cuando así se pretende, resulta sospechoso por lo que calla.
Hay, por lo menos, tres aspectos críticos en cualquiera de los modos de hacer cultura sobre los que debiéramos llamar permanentemente la atención:
- la matriz energética de nuestras sociedades por ser la principal amenaza a nuestro nicho ecológico; su concentración en pocas manos; cómo se vincula con nuestros hábitos de consumo; de transporte; con nuestros modos de vivir, en suma.
- la matriz de distribución del ingreso en tanto representación, por un lado de la dignidad de la vida humana y por otro de la inviabilidad de un consumismo insostenible para la salud del planeta tanto como para la convivencia entre la opulencia de unos y las más absoluta marginación de las mayorías.
- la matriz cultural planetaria que no termina de suprimir todas las tendencias etnocéntricas incubadas durante la modernidad pero que tampoco debiera consagrar un relativismo cultural que, en su nombre, tolere las más flagrantes violaciones a los derechos humanos. La situación de la mujer en algunas sociedades es un claro ejemplo del límite imprescindible a la diversidad cultural.
Las tres – y sólo como extremos – se pueden sintetizar en una cuestión de la cual el hacer cultura no puede extrañarse a riesgo de volverse inhumano: la distribución del poder material y simbólico entre las personas y las naciones.
Por eso el hacer cultura siempre debe entrañar alguna distancia con el poder. Mínima a veces; hasta el más crudo enfrentamiento otras. Cuando esa distancia se pierde corre el riesgo de volverse simple propaganda oficialista sin que importe el color del oficialismo.
Poco importa que el oficialismo lo sea de un gobierno, de una ideología, de una corporación multinacional o de cualquier forma de concentración del poder.
De lo cual se deriva la cuestión paradigmática ¿Para qué hacer cultura? Para ser humanidad; la única especie animal que desarrolló conciencia de sí misma y, por tanto, necesita explicarla, significarla. Y proyectarla en el tiempo y el espacio de la gran historia sin perderse en los intersticios de las pequeñas historias de las elites, de cualquier naturaleza, incluso las llamadas elites culturales.



¿Hacer cultura? ¿Para qué? II

(Viene de nota anterior) Significación cuyas primeros pasos se hunden en la conciencia mítica de la
humanidad. Desde el mito griego de Prometeo que roba el fuego y las artes a los dioses para dárselos a la humanidad sufriendo luego un castigo eterno, hasta la humanidad de maíz del Popol Vuh de los mayas todos los pueblos del mundo han explicado en mitos el origen de la cultura asociándolo al diálogo con los dioses.
La filosofía y la ciencia también han intentado explicar esta necesidad tan humana de construir sentido. Clásicos como la Caverna de Platón o El Porvenir de una Ilusión de Sigmund Freud son algunos de los infinitos ejemplos posibles.
Si hay un tema común en estos – y otros – textos es el de la ascensión. A los dioses, al conocimiento o las formas científicas que la modernidad supuso superiores. Pero siempre se trato de ciertos sacrificios para elevarse, a los dioses, a la razón o a la ciencia. Dialogar con un sentido trascendente.
Sentido trascendente para dar cuenta del ser humanidad en cada encrucijada tiempo espacio; el aquí y ahora presionado por la gran historia.
Un espacio planeta sobre el que transcurre la experiencia humana en un tiempo cuyas coordenadas se mueven más rápidamente por unas tecnologías digitales que ponen la otredad en el centro de nuestros hogares. Realzando paradójicamente la importancia del espacio y el tiempo local en una convivencia francamente caótica.
Esta relación global / local al que algunos autores han llamado glocalización es uno de los principales desafíos del hacer cultura de nuestro tiempo.
Un planeta mundo y nicho ecológico único pero sometido a tantas representaciones simbólicas como porciones de experiencia humana hemos sabido desarrollar. Cuyas condiciones ambientales son cada día un poco más inestables y donde ya no es posible pensar en el aislamiento como salvoconducto: el cambio climático afecta por igual – o casi – a quienes más contaminan que a las culturas que ancestralmente han sacralizado a la madre naturaleza.
Un planeta mundo que además de objeto físico es también, y cada vez más, objeto de diseño: los modos de transitar su geografía; de obtener los recursos para la vida; de cerrar o abrir pasos físicos – el canal de Panamá para citar lo evidente – y simbólicos mediante fronteras ideadas para aislar a los empobrecidos de siempre.
Un mundo diseñado que hemos heredado de la historia pero también un diseño que podemos cambiar si ponemos en crisis nuestros mapas culturales.
Y una sociedad mundo que aún no se libra de las tensiones raciales, religiosas y económicas heredades de la modernidad.
Una era que se caracterizó por la pretensión de uniformar la experiencia humana detrás de los valores de una cultura superior - la occidental - a la cual el resto de las comunidades debían aspirar para salir de la barbarie y el atraso.
En nombre de esa superioridad cultural se cometieron atrocidades de todo tipo: el nazismo y el stalinismo fueron, en algún sentido, la consumación técnica de esos "ideales".
El vaciamiento cultural de los pueblos sometidos fue la regla de la modernidad. Y eso no ocurre sin costos humanos de todo tipo, incluso para el dominador.
Necesitamos construir un nuevo paradigma que haga posible una multiculturalidad global más preocupada por la convivencia que por los flujos financieros. Pero esto no se hace volviendo al medioevo como proponen integrismos varios. Extremismos de distintos y enfrentados colores que sin embargo son socios a la hora de impugnar las nuevas convivencia posibles.
Promover – por caso – la guerra civilizatoria contra el islam es tan reaccionario como destruir las estatuas del Buda, decapitar gente frente a las cámaras, masacrar cristianos, negar derechos básicos a los tibetanos o mutilar mujeres.
La gran pregunta para hacer cultura en el marco de esta crecientemente conflictiva multicultaralidad global es ¿Como procesamos la diferencia?
Anclados en el pasado, como única dimensión de análisis, solo caben el miedo, la violencia "preventiva' y la venganza. Seguir quemando brujas y lapidando Magdalenas.
La única salida es ser capaces de diseñar una globalidad multicultural tan respetuosa de la diferencia como firme en la defensa de un piso mínimo para la convivencia: la declaración universal de los derechos humanos. U otra si esta resultara insuficiente pero alguna capaz de establecer un nuevo diseño para vivir mejor en un mundo mejor.
Pero al mismo tiempo necesitamos reescribir simbólica y materialmente el espacio local; la comunidad próxima, la del vecino de la otra cuadra porque es en esa instancia donde se juegan los aspectos más concretos de la vida: nacer, alimentarse, amar y morir. La digitalización del mundo no puede reemplazar la materialidad de estos actos. Podrá informarla, ampliarla en algunos aspectos, conectarla pero finalmente necesitamos tocarnos, sentirnos, olernos; allí nuestra corporeidad sigue pesando como en los albores de la especie.
No es posible imaginar el desarrollo del espacio tiempo local prescindiendo del espacio tiempo del mundo como no es posible lo inverso. Y ese desarrollo tiene una dimensión cultural de la cual el hacer cultura no puede desentenderse; aunque quiera.
Tiene, el hacer cultura, también un despliegue instrumental: cómo lo hacemos, con qué herramientas, qué conocimientos y habilidades necesitamos poner en juego.
Desde el artista que auto-gestiona su propio obrar hasta el administrador cultural de los grandes presupuestos son muchas las denominaciones que utilizamos para designar a las personas que se ocupan de hacer cultura.
La producción artística y cultural; la promoción sociocultural; la gestión cultural; la administración cultural son especificidades que con demasiada frecuencia son tratadas como meras sinonimias de un mismo hacer y que, sin embargo, son diversas aunque falte delimitar adecuadamente sus competencias.
Una delimitación que va mucho más allá de la precisión académica: son las partes necesarias de una cadena de valor que bien gerenciada tiene una enorme significación.
En primer lugar porque genera el sentido de comunidad, destino compartido, necesario para la convivencia planetaria. Y también porque supone recursos económicos, puestos de trabajo y proyección hacia los mercados globales.
Muchas de las personas que participan del hacer cultura se horrorizan cuando hablamos de gerenciamiento, cuotas de mercado, participación en el producto bruto y otras consideraciones económicas.
Pero lo cierto es que los mercados culturales representan entre un tres y un cinco por ciento de la economía global. Las variaciones en el número tienen que ver con la diversidad de fuentes y metodologías para realizar estas mediciones.
En cualquier caso vale la pena, para encuadrar el debate, recordar que según García Canclini el
complejo audiovisual es el segundo rubro de exportaciones de los Estados Unidos. Que el mercado cultural global beneficia en primer lugar a USA con una participación del 55%; a Europa con un 25%; a Japón y Asia con un 15%. Y que América Latina obtiene sólo un 5% de ese mercado.
Por eso cuando hablamos de hacer cultura debemos incluir esta dimensión económica no porque reduzcamos la cultura al mero mercadeo sino para obtener, también nosotros, los beneficios de nuestro trabajo. Y para que el diseño de ese mundo multicultural del que hablábamos párrafos atrás no se haga sin nuestras voces y sensibilidades.
En términos instrumentales necesitamos entrenar nuestro hacer cultura en todos los planos y niveles; un proceso que en nuestra región comenzó hace apenas algunas décadas y de el que ya es tiempo de hacer análisis, obtener conclusiones y afinar nuestro desempeño. Sobre todo con miras a lograr la profesionalización de quienes se gradúan en nuestros institutos técnicos y universidades.
Capital humano muchas veces desaprovechado por la persistencia de una visión de muy corto alcance del hacer cultura que reduce las instituciones culturales a meros adornos del poder político, social y económico.
Por último el hacer cultura tiene un diálogo académico que seguir construyendo con las ciencias que pueden dar sustento a sus capacidades: las ciencias del poder – derecho, economía, ciencias políticas – las ciencias sociales en general con un acento mayor en la antropología y la historia y con la estética en tanto meta discurso sobre los lenguajes artísticos.
Un diálogo destinado – si cupiera, el debate no es menor – a construir su propia especificidad científica.
El hacer cultura es hoy una práctica de innumerables rostros, necesitada de delimitaciones más precisas en sus especificidades; en pleno proceso de profesionalización y que está debatiendo sus necesidades y potencialidades académicas. También una actividad económica crecientemente significativa. Pero sustancialmente es una actividad que construye sentido para vivir en plenitud; para ser humanidad. Sin la dimensión del sentido de la vida, el hacer cultura queda reducido a una mera técnica.

07 enero, 2015

¿Cómo cobrar el primer trabajo en gestión cultural?

Una de las preguntas más frecuentes que hacen nuestros estudiantes dice, más o menos, así: me propusieron mi primer trabajo de gestión cultural y no sé cómo cobrarlo ¿hay algún parámetro que nos pueda sugerir? Tan frecuente es la pregunta que decidimos sistematizar la respuesta.
Lo primero que debemos decir es que el empleo cultural en la Argentina es muy complejo y que ha sido abordado por una publicación del SINCA cuya lectura recomendamos. 
Sobre la base de ese informe publicamos no hace mucha alguna breve reflexión bajo el título “Empleo cultural en la Argentina: techo o nuevo piso” donde proponíamos algunos debates sobre las posibilidades de empleo en el sector cultura de nuestro país. 
Hay además una serie de reglamentaciones que tienen que ver con el trabajo artístico y que sería muy largo de enumerar ya que van desde los derechos de autor hasta los sistemas a porcentaje o, incluso, el valor de las horas cátedras aplicadas al desarrollo de talleres, cursos y seminarios.
Sin embargo la consulta de nuestra gente suele referirse a una situación más acotada: alguien les propone una tarea específica por un tiempo determinado; generalmente ligado a una producción artística – una puesta de teatro o un festival, por ejemplo – o al desarrollo de una institución típicamente cultural – una biblioteca, un museo, etcétera.
Las tares que se les proponen a nuestros estudiantes van desde “hacer la prensa” hasta obtener financiamiento pasando por la formulación de proyectos o preparación de carpetas para aspirar a créditos, subsidios y premios.
Y aquí surge una primera división: cuando se trata de obtener fondos lo más aconsejable es que la tarea sea remunerada a través de una comisión – entre el cinco y quince por ciento según los volúmenes – más alguna cifra prefijada para gastos eventuales: por ejemplo pasajes o materiales gráficos que hubiera que preparar. La comisión es tanto más baja cuanto mayor es la posibilidad de obtener grandes volúmenes.
Un caso particular es de esto último es cuando se nos propone realizar una campaña de crowdfunding o financiamiento masivo. En estos casos debe haber un presupuesto que el público pueda consultar y, por tanto, debe ser transparente y muy racional; digamos que una comisión superior al cinco por ciento no tendría buena prensa. Sobre estas y otras plataformas les sugerimos consultar nuestra nota “Plataformas digitales y culturas sustentables”. 
Ahora bien ¿Qué pasa cuando la tarea que se le propone al estudiante o graduado reciente no está referido a la recaudación de fondos?
Una primera aproximación resulta de estimar la cantidad de horas que demandará la tarea en sí: por ejemplo dos horas diarias durante los diez días previos al lanzamiento de un espectáculo. Una variante de esto es fijar una cifra y un objetivo a cumplir: obtener cierta cantidad de menciones en un plazo determinado por un importe fijo que bien puede ser definido en función del salario mínimo que establece la ley. En este sentido debemos aclarar que estamos hablando de alguien que recién empieza; las personas con más experiencia manejan otros volúmenes en relación directa a la calidad de la agenda de medios que manejen.
Finalmente queda, nos parece, una pregunta ¿Cómo fijar el valor de la hora de un trabajo que no es de oficina y que no puede tratarse con los parámetros y controles habituales?
Aquí la clave está en el llamado costo de oportunidad que refiere a qué dejo de ganar por ocuparme de hacer esta tarea. 
Una persona que está realizando otro trabajo, cualquiera el sea, deberá descuidarlo, eventualmente perder oportunidades, por ejemplo de hacer horas extras, para ocuparse de aquello nuevo que le han propuesto. Ese es su costo de oportunidad y su precio. El cambio debe ser por lo menos neutro; es decir no debiera perder.
También puede ser que realice tareas no remuneradas pero que reemplazarla suponga algún tipo de gasto adicional. Por ejemplo si cuida sus niños deberá pagarle a alguien para que lo haga; he ahí su precio mínimo.
El valor de la hora, en este tipo de contratos, más o menos informales, surge de una negociación. Y quien está empezando una carrera profesional tiene un bajo margen de maniobra que irá incrementándose en la medida que crezcan sus contactos y su prestigio. De modo que la calidad de la propuesta que recibe es crucial en la consideración del precio a pactar: cuanto más puertas le abra la nueva propuesta de trabajo más tentada estará la persona de hacerlo aunque sea gratis. Y eso nos lleva al trabajo voluntario que suele ser un modo de acercarse al mercado laboral. Por lo menos en la Argentina.
Para esos casos la respuesta es muy simple: voluntario no significa sin reconocimiento. Lo mínimo que deberemos pedir es la visibilidad y acreditación de nuestra tarea. Tampoco explotación o condiciones indignas de trabajo. Por ejemplo, estar cuatro horas parado en la puerta de un museo – el caso es real – no es gestión cultural ni trabajo digno.
Quienes ya tienen una trayectoria en el mundo de la gestión cultural saben que los primeros pasos surgen de una combinación de estos ejemplos que hemos puesto. Y que esa combinación surge de los contactos previos y los que vayamos realizando, de las recomendaciones de amigos y colegas y, por qué no, de la suerte. Y que la suerte es aliada de quienes más caminan. Espero que les resulte útil y que nos dejen sus críticas, aportes y comentarios.