31 marzo, 2009

Intraemprendedores, también en el campo cultural

Los intraemprendedores agregan valor” es un artículo firmado por Elías Tefarikis y publicado en América Economía. Aporta algunos conceptos que quizás valga la pena traspolar al campo cultural:
“… el concepto de intramprendedor, proviene del inglés “intrapreneur”, que hace referencia a aquellas personas emprendedoras que trabajan al interior de una organización, de la cual no necesariamente son fundadores o dueños, pero que por sus competencias y habilidades la potencian por completo” (…)
“… el emprendimiento es más una actitud ante la vida que una forma de crear empresas, por lo que para emprender en cualquier ámbito se debe tener claridad en cuatro preguntas que a mi entender marcan el éxito de una persona: ¿Quién soy?, ¿Qué quiero?, ¿A dónde quiero llegar? y ¿Cuánto estoy dispuesto a dar?, ya que en la medida que no haya claridad de estos elementos, difícilmente se podrá tener claro en qué emprender.” (…) las competencias que un emprendedor tiene, entendiendo estas competencias como conductas observables, son variadas. Destaco principalmente la motivación por el logro, innovación, autoconcepto positivo, iniciativa, capacidad de tomar riesgos e identificación de oportunidades. Identificación de oportunidades obedece a un estado de alerta constante, y que marca la diferencia entre aquellas personas que sólo en lo que se les exige agregan valor, por lo que el desgaste en la supervisión es constante, versus aquellos que en todo lo que hacen buscan agregar valor


La nota es un poco más extensa y acerca datos sobre comportamiento de los intraemprendedores que vale la pena.
Desde el punto de vista de la gestión cultural el intraemprendimiento puede ser pensado como una constante actitud proactiva que busca crear sinergías entre la organización – un centro cultural, un museo, una biblioteca, etcétera – y el contexto en que esta se desenvuelve.
Supone una concepción muy abierta del campo de la cultura tanto como un compromiso incluso afectivo con el lugar donde se trabaja.
También supone una fuerte inclinación al trabajo en equipo y el olvido de todo vedetismo.
Se trata de relevar del modo más amplio posible el contexto de la propia organización, detectar oportunidades y luego gestionar los consensos necesarios hacia el interior de la misma.
Un estilo de trabajo orientado hacia el público pero sin descuidar los equilibrios internos del propio lugar de desempeño.

27 marzo, 2009

¿Es gratis la cultura?

Noticias.info publica una nota originada en la "Asociación de Compositores y Autores de Música de España" donde, bajo el título “¿Por qué sólo la cultura debe ser gratis?”, se pone en discusión la gratuidad de los servicios culturales.
Veamos algunos párrafos:
Si en épocas de crisis económica cabe reclamar a los creadores y productores culturales que trabajen gratis, ¿por qué no hacerlo también con otros profesionales? Las arcas públicas experimentarían un gran alivio si médicos y maestros, por ejemplo, renunciaran a sus salarios. Si la cultura es un derecho ciudadano, ¿acaso lo es menos la salud y la educación?” (…)
“Claro que alguien podría argüir que los médicos, los maestros, los políticos y hasta los banqueros han de vivir de su trabajo. Que se trata de seres humanos, y como tales tienen la vieja costumbre de alimentarse, de cobijarse, de cuidar de sus familias, y que para todo esto necesitan que se retribuya el fruto de su esfuerzo. Pero, ¿por qué se niega esta necesidad y este derecho a los creadores culturales? ¿Hemos de considerar que los creadores no necesitan que se pague por su trabajo, que se alimentan de las musas, o que son todos unos millonarios insaciables? ¿Se niega el pago de su trabajo a los millonarios del sector financiero, o a los periodistas millonarios, o a los políticos con millones?” (…)
“Quienes crean y producen una obra cultural han de regir su destino y merecen obtener una recompensa por su rendimiento en el mercado. Solo así podrán los artistas dedicarse profesionalmente a crear. Solo así podrán los emprendedores de la cultura seguir produciendo cine, música, libros, videojuegos… Solo así ganará el conjunto de la sociedad en desarrollo cultural, en calidad democrática y en derechos de ciudadanía.” (…)
“Cerca del 5% del PIB y centenares de miles de puestos de trabajo. Al proteger los derechos de autor y la propiedad intelectual, al cuidar que las inversiones culturales obtengan un retorno adecuado y seguro, al combatir la piratería cultural, respaldamos también un ámbito de nuestra economía que atesora un potencial enorme para generar riqueza y buenos empleos.


La realidad es que en el campo de la cultura hay intereses tanto materiales cómo simbólicos en la misma proporción que en cualquier otro ámbito humano. Y que esos intereses pueden ser más o menos legítimos según la óptica con que se los mire y la amplitud de ideas de quienes los sostienen.
En este blog nos hemos ocupado en varias oportunidades de la problemática de los derechos de autor y su necesaria defensa.
El problema de fondo es, nos parece, que la cultura nunca es gratis. Más bien todo lo contrario: supone inversiones de años en la formación de talentos de todo tipo, en su puesta en valor frente al público y, cuando corresponde, en su preservación.
De modo que detrás de las consignas del tipo “cultura gratis para todos” siempre hay una dosis de demagogia o cuando menos de verdades a medias.
Una cuestión totalmente diferente es la obligación del estado de facilitar el más amplio acceso de toda la sociedad al disfrute de los bienes y servicios culturales. Pero eso supone hablar de acceso libre para todos y no de cultura gratis y mucho menos de gratuidad del trabajo cultural.

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Canon digital ¿Suicidio de la industria cultural?

Propiedad intelectual y creatividad

26 marzo, 2009

Los odios no son virtuales

La Nación de Buenos Aires publicó en estos días una nota titulada “Odio en las rede sociales” donde se analiza el fenómeno de los grupos que Facebook se constituyen para promover el odio hacia determinadas personas, grupos religiosos o étnicos.

Pero son miles de usuarios más los que día a día se suman a otros grupos en donde el odio es la consigna convocante. "Odio a los bolivianos y a los paraguayos"; "echemos a los floggers de Facebook"; "muerte a los negros villeros" son algunas de las consignas que agrupan a miembros de Facebook, la red social de la gustan decir que, si fuera un país, sería el octavo del mundo, pues tiene más población que Rusia y que Japón.
"No hay que demonizar a la Web, Internet sólo refleja un problema cultural grave que existe en la sociedad donde es protagonista el odio y la discriminación", dijo a LA NACION María José Lubertino, titular del Inadi.
Ese organismo recibe por día unas 50 denuncias sobre sitios de Internet en los que se discrimina a personas. "No hay una legislación que regule esos contenidos; entonces, debemos regularlo según las leyes existentes, porque la Web no es un mundo paralelo", opinó Lubertino.


Algún lector intentó terciar en el debate:
Y daaaale que va con Facebook... como si hubiera cambiado la naturaleza humana. Desde las cuevas de Altamira hasta Facebook y lo que venga en el futuro, se reflejará el alma del hombre. Lo bueno, lo malo, todo.

Ciertamente Internet no ha cambiado – ¿debería? – la naturaleza humana. El odio y la discriminación del humano otro u otra en razón de su condición – cualquiera ella fuera – son algunas de los rostros más perversos de la humanidad desde el principio de los tiempos.
Lo que Internet cambia son el tiempo y el espacio en que estas lacras se desenvuelven. Y lo que todavía no aprenden los estados es a moverse en ese tiempo acelerado que acorta todos los espacios. Incluso suelen terminar perdiendo la dimensión espacial que está detrás de todo hecho virtual incluido, por supuesto, el odio en todas sus formas.
Porque las personas que sufren los ataques no son virtuales, ocupan un tiempo y un espacio cierto. Lo mismo sus atacantes. Ninguno de ellos está – o debiera – fuera del alcance de las leyes.

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