La acción cultural
pone en crisis lo cotidiano; lo interpela y, hasta cierto punto, le
impone una búsqueda de sentido. Lo cotidiano es el territorio de lo
conocido, de lo que se ejecuta sin pensar y, a veces, sin sentir, de
la automatización.
En lo cotidiano la
cultura asume su rol mas antropológico: se vuelve rutina que permite
operar las funciones básicas de la vida humana. El modo de ver y
hacer el mundo tal como lo hemos heredado. En este sentido la cultura
cotidiana de hoy es el triunfo de la acción cultural de ayer.
El nombre de una calle,
la imagen que las personas veneran, los modos de vestirse, de
alimentarse, de obtener el sustento; en fin, todo aquello que
realizamos en lo cotidiano fue acción cultural en diferentes
pasados.
Acciones culturales
desplegadas desde el poder, contra el poder o en paralelo al poder
hicieron esta cotidianidad que vivimos en nuestro aquí y ahora.
Pero la acción
cultural no resiste la rutina, no la tolera y la combate: para que
sepa de donde viene, para que se pregunte a donde va, para que rompa
la estética establecida o rechace el mal gusto disfrazado de
innovación permanente.
No importa para que la
combate, pero la combate. La acción cultural rara vez se pregunta
por sí. No es eso lo que importa.
Importa hacer cultura;
estrategia de vida, decía Kusch. Presentir una cultura y querer
hacerla mundo; la cultura germina en lo extra cotidiano, se ubica mas
allá del tiempo y el espacio medido y pesado por el poder.
Siempre es sospechada.
El poder ama la identidad cultural que le da sustento; desconfía de
los cambios y cuando se siente desafiado se vuelve inquisidor. En
distintos grados, claro, pero inquisidor al fin y al cabo.
Desde el estado, desde
el mercado o desde los credos consagrados, el poder tiene una larga
historia de inquisiciones varias. A veces mas virulentas, a veces mas
sutiles; pero siempre recortando y condicionando la autonomía de la
acción cultural. Poniéndole límites a lo que viene instituyendo
desde los trasfondos de las sociedades "donde el hondo bajo
fondo se subleva".
Las culturas de estos
tiempos buscan un recrear constante de la experiencia humana. Van
desde la expresión estética hasta el modo de recuperar el planeta;
los modos de cuidar el cuerpo o de repensar lo cotidiano.
Esa es una de las
claves de estos tiempos "heterogéneos, cambiantes, complejos y
conflictivos" que nos tocan vivir: la vocación por cambiar todo
y todo el tiempo.
Una "pos
modernidad" que se busca sí misma en la crisis de los
paradigmas de la modernidad capitalista.
Una búsqueda que es,
además, paradójica: en el mismo acto de derribar uno por uno los
paradigmas de la modernidad reclama por la falta de certezas. Siente
nostalgias por aquel estado de bienestar soñado y nunca alcanzado
del todo mientras destruye la centralidades que lo hicieron posible:
la omnipresencia del estado, la concentración económica, la
explotación despiadada de unos pueblos por otros y el desplazamiento
de grandes masas humanas hacia las zonas de mayor productividad.
La acción cultural
asume múltiples protagonismos; los estados, las empresas y los mas
diversos colectivos producen y reproducen culturas todo el tiempo.
Cada cual desde su propia legitimidad. Mejor aún: construyendo una
legitimidad diferente de aquellas heredadas de la modernidad.
Una legitimidad que se
pretende mas consensual en el sentido de constituirse renunciando, o
casi, a la coerción. Disputando la atención de las personas hacia
sus propias propuestas de reconfiguración de la experiencia humana.
Desde el capitalismo
cultural descripto por Rifkin hasta las mas diversas formas de
economía social o comunitaria casi no hay día en que no se ponga en
discusión que hacer con el mundo y sus habitantes.
Organismos técnicos
internacionales de todo tipo y origen, sirvientes o contrincantes de
los diversos poderes alternativos, elaboran y difunden para quien
quiera escucharlos las mas contradictorias formulas y propuestas para
resolver la existencia humana.
Los grandes medios de
comunicación, las nuevas plataformas digitales son también actores
que hacen cultura cada día.
Es en este sentido que
solemos decir que la acción cultural invierte las reglas de la
economía imaginando múltiples recursos para unos pocos fines.
De allí que la acción
cultural necesite hacerse obra para sobrevivir a tanta abundancia;
para no implotar en su propia crisis de superproducción. Y esto
supone recursos de todo tipo.
Presupuestarios desde
ya pero no solamente. Se requiere de formación profesional, de
espacios de participación, de instalaciones y logísticas varias y,
sobretodo, del prestigio que sólo se obtiene de la aprobación
social.
Nada de esto puede
hacerse sin la presencia activa del estado; nada de esto puede ser
sostenible sólo con la presencia del estado.
¿O acaso el tango, lasseñoritas de Avignon o el realismo mágico nacieron por decisión de
algún ministro de cultura?
El realismo socialista
y las listas negras del Macarthismo son claros ejemplos de hasta
donde pueden llegar los estados en sus intentos por orientar la
acción cultural.
La acción cultural
sólo es posible desde la autonomía y la libertad creadora. Para
esto es clave su capacidad de generar recursos por sí misma. Sin
autonomía económica la acción cultural puede quedar presa del
poder. Que este sea estatal, mercantil o de cualquier otro tipo es
secundario porque la acción cultural, para ser tal, no debe estar
obligada a pedir permiso.
De allí la importancia
de sistematizar y diversificar mecanismos alternativos de
financiamiento. El subsidio estatal, el crowdfunding, el mecenazgo o
el marketing cultural son legítimos en la medida de su diversidad.
Es tarea de la Administración Cultural construir esos recursos para
que la acción cultural no deba pedir permiso.
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