Coincidiendo con esa conmemoración estuvimos en la ciudad de Navarro, provincia de Buenos Aires. Asistimos a la representación del radioteatro “Juan Moreira” en el Almacén Museo La Protegida de esa ciudad bonaerense.
“La Protegida” recrea en un edificio de 1926 un almacén de ramos generales de aquellos que supieron ser el centro de la vida cotidiana de los viejos pueblos bonaerenses.
Herederos de las pulperías los almacenes de ramos generales supieron ser importantes centros de encuentro
Raúl Lambert, creador y dueño de “La Protegida” ha escrito una interesante historia de esos almacenes de ramos generales que, dicho sea de paso, puede comprarse allí mismo.
El espectáculo presentado, Juan Moreira, recrea la vida de este personaje entre mítico e histórico – muerto en 1874 – que fue víctima y victimario del orden conservador que supo gobernar las pampas bonaerenses.
Como introducción a la obra una locutora radial - Bettina López Matéu – leyó impecablemente un poema invocando al personaje, al mito y las polémica subyacentes en el hecho artístico.
El público pudo asistir a la puesta en escena de un radioteatro, genero de enorme popularidad hasta la llegada masiva del televisor a los hogares argentinos.
En las manos del sonidista el choque brusco de dos tablitas de madera se convertía en disparo de un viejo trabuco. Dos medios cocos en galope de caballos y una puerta, con marco y goznes pero de tamaño liliputiense, daba ingreso y salida a las habitaciones donde el drama iba transcurriendo.
Frente a los micrófonos los actores del “Centro de Arte Arena – el otro teatro” – oriundos de Mar del Plata – iban vestidos de época acentuando el carácter dramático de la puesta. Un cantor surero y el mismo sonidista, devenido relator, marcaban el clima de la representación.
Casi una hora de acción radiofónica fueron suficientes para narrar la historia del personaje y su época así como los debates que envuelven al mito.
Luego vendría la cena con tablas de fiambres y quesos, más empanadas, cervezas y vinos. Los artistas se mezclaron con el público, reapareció la guitarra y el cantor surero se reveló alegre ejecutor de los más diversos ritmos populares.
También estaba Samuel, quien en otros tiempos debió cantar muy bien, recorriendo las mesas para ofrecer sus milongas a quien quisiera escucharlo.
De pronto, casi golpeándose con la puerta y a punto de caer al suelo, entró el último personaje de este guión: un borracho perdido que apenas podía arrastrar una valija y su propia humanidad. Después supimos que recreaba a un personaje popular del viejo pueblo y que de la valija saldría un saxofón completando el cuadro musical.
Insistimos con la imagen: un guión pautando la conmemoración del día de la tradición a través de contenidos artísticos muy cuidados; con espacio para la participación del publico e, incluso, con espacios para un humor popular sin chabacanerías de ningún tipo.
Esto demuestra que cuando se gestiona con ideas una conmemoración no necesita ser una continuidad de discursos reiterados. Que la tradición tiene siempre varias lecturas y no un solo discurso impuesto autoritariamente.También que la tradición tiene varios tiempos que bien pueden superponerse creativamente en el espacio actual, por posmoderno que se pretenda.
Como introducción a la obra una locutora radial - Bettina López Matéu – leyó impecablemente un poema invocando al personaje, al mito y las polémica subyacentes en el hecho artístico.
El público pudo asistir a la puesta en escena de un radioteatro, genero de enorme popularidad hasta la llegada masiva del televisor a los hogares argentinos.
En las manos del sonidista el choque brusco de dos tablitas de madera se convertía en disparo de un viejo trabuco. Dos medios cocos en galope de caballos y una puerta, con marco y goznes pero de tamaño liliputiense, daba ingreso y salida a las habitaciones donde el drama iba transcurriendo.
Frente a los micrófonos los actores del “Centro de Arte Arena – el otro teatro” – oriundos de Mar del Plata – iban vestidos de época acentuando el carácter dramático de la puesta. Un cantor surero y el mismo sonidista, devenido relator, marcaban el clima de la representación.
Casi una hora de acción radiofónica fueron suficientes para narrar la historia del personaje y su época así como los debates que envuelven al mito.
Luego vendría la cena con tablas de fiambres y quesos, más empanadas, cervezas y vinos. Los artistas se mezclaron con el público, reapareció la guitarra y el cantor surero se reveló alegre ejecutor de los más diversos ritmos populares.
También estaba Samuel, quien en otros tiempos debió cantar muy bien, recorriendo las mesas para ofrecer sus milongas a quien quisiera escucharlo.
De pronto, casi golpeándose con la puerta y a punto de caer al suelo, entró el último personaje de este guión: un borracho perdido que apenas podía arrastrar una valija y su propia humanidad. Después supimos que recreaba a un personaje popular del viejo pueblo y que de la valija saldría un saxofón completando el cuadro musical.
Insistimos con la imagen: un guión pautando la conmemoración del día de la tradición a través de contenidos artísticos muy cuidados; con espacio para la participación del publico e, incluso, con espacios para un humor popular sin chabacanerías de ningún tipo.
Esto demuestra que cuando se gestiona con ideas una conmemoración no necesita ser una continuidad de discursos reiterados. Que la tradición tiene siempre varias lecturas y no un solo discurso impuesto autoritariamente.También que la tradición tiene varios tiempos que bien pueden superponerse creativamente en el espacio actual, por posmoderno que se pretenda.
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