Un
artículo del suplemento económico del diario Clarín de Buenos Aires hace un análisis del escaso desarrollo que tiene entre nosotros la “educación a distancia”.
Se dice allí:
"Con el desarrollo de las tecnologías de comunicación, la educación “a distancia” creció en oferta y en modalidades. Sin embargo, según los resultados de un relevamiento reciente de Universia y Trabajando.com, sólo el 22% de los universitarios argentinos cursó alguna carrera en este formato"
Se
analiza la existencia de un proceso educativo cuya característica
central es "la distancia" entre profesor y alumno la cual
resulta "mediada" por la tecnología.
La
pregunta es si esta característica central no es más una disquisición
del siglo XX que una realidad de nuestro siglo.
Efectivamente,
las TICs han cambiado los fundamentos mismos de la civilización
humana: el tiempo, el espacio y el conocimiento han resultado
"revueltos" por la revolución de internet.
¿Cuanta
"distancia" hay en un aula de 300 alumnos con un profesor
que dicta una clase magistral? ¿Es acaso menor que la "distancia"
entre una docente y su alumno que se comunican diariamente a través
de sus computadoras?
La
contra cara de esto es la idea de un estudiante que "aprende"
sólo mediante procesos de búsqueda, lectura y comprensión
realizado desde su computadora. Esto podría llamarse auto formación
o, en el mejor de los casos, investigación para el caso de que
estemos frente a un investigador previamente formado en esa tarea.
De
tal manera podríamos preguntarnos si la pregunta más adecuada no es
por el nivel de "interacción" entre docente y estudiante.
Donde la "distancia" no es más que una convención atada a
los modos de movilidad de los cuerpos propios de la modernidad.
¿No
es mejor acaso un video chat entre docente y estudiante que una clase
de 300 alumnos donde no hay ninguna posibilidad física de que el
docente responda una pregunta por persona? Desde ese lugar la
"distancia" es irrelevante.
Si
partimos de este supuesto cambian radicalmente las variables de
análisis del problema.
1-
En primer lugar habría que analizar el ratio entre equipo docente y
cantidad de estudiantes en términos de posibilidades concretas de
personalizar la atención.
2-
En segundo lugar aquello que alguna vez definimos como "capital
telematico" tanto del docente como del estudiante. Aquí las
disponibilidades al nivel de la locación de unos y otros adquiere
una relevancia superior a la distancia.
3-
Por último la "pertinencia" de los contenidos que circulan
en el proceso de aprendizaje tanto en términos de expectativas y
necesidades del estudiante cuanto en términos de actualización del
conocimiento del docente.
Si
estamos en lo correcto habría que empezar a definir el tema como
educación digital e interactiva donde, quizás, el principal desafío
sea lograr del estudiante el desarrollo de sus capacidades de auto
aprendizaje.
Esto
último, debe quedar claro, es lugar de llegada y no de partida: una
habilidad muy valiosa que el propio proceso de educación digital
interactiva debiera lograr.
Cierto
es que algunas prácticas de educación a distancia han sido pensadas
como una suerte de masificación del acto pedagógico; una
industrialización del conocimiento que, como un fordismo tardío,
pretende dar un curso a cada habitante a condición de que todos
quieran el mismo curso.
Pero
eso es una práctica y no una condición del modelo. En realidad la
educación digital e interactiva tiene mejores condiciones de
producción personalizada para muchas personas que ningún sistema
previo.
Pero
que tenga las condiciones técnicas de producción ideales para
hacerlo no significa que lo este haciendo. Falta todavía mucho por
recorrer en materia de formación docente y de entrenamiento de los
estudiantes.
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