Respondiendo a la pregunta ¿Es la gestión cultural una profesión? Arturo Navarro Ceardi publica una interesante reflexión sobre las características de nuestra actividad. Revisa un decálogo propuesto por Cristián Antoine.
“"Profesión", dice Antoine, es la actividad o trabajo aprendido, mediante el cual el individuo trata de solucionar sus necesidades materiales y los de las personas a su cargo, servir a la sociedad y perfeccionarse como ser moral. La profesión es el fruto de la más genuina expresión humana: "la vocación".Para él, los deberes específicos del profesional son diez:
1. La lealtad a la profesión elegida.
2. La preparación adecuada.
3. El ejercicio competente y honesto de la profesión.
4. La entrega al trabajo profesional como corresponde a una verdadera vocación.
5. La realización de las prestaciones resultantes de este trabajo a favor del bien común y al servicio de la sociedad.
6. El constante perfeccionamiento del propio saber profesional.
7. La exigencia justa de obtener no sólo el prestigio profesional, sino tambiénlos medios para una vida digna.
8. La lealtad al dictamen verdadero, razonado y reflexivo de su propia conveniencia, a pesar de las posibles circunstancias contrarias o contradictorias.
9. El derecho moral de permanecer en la profesión elegida.
10. El esfuerzo constante por servir a los demás, conservando plenamente al mismo tiempo, su libertad personal.
Teniendo en cuenta estos elementos, Antoine afirma que la profesión consiste en la actividad personal puesta de una manera estable y honrada al servicio de los demás y en beneficio propio, a impulsos de la propia vocación y con la dignidad que corresponde a una persona humana.La gestión y administración de la cultura es trabajo, pero ¿es una profesión? Considero que estamos embarcados en un proceso de convertirla en ello. Somos, como agrupación gremial, un elemento esencial junto con las universidades, que deben perfeccionar más y más sus planes estudios y formación y las corporaciones y fundaciones, constituyen las fuentes más plenas de trabajo para un gestor.Estos elementos, en juego y complementación con la labor del Estado que por una parte genera los marcos reguladores y por otra estimula la creación artística, fuente natural de nuestro trabajo.La segunda afirmación, es que la gestión cultural es un ejercicio de la libertad y la diversidad.Demostrándolo por absurdo. Sin libertad no hay necesidad de gestión cultural. Es decir, en un sistema teórico en que todo en cultura es financiado y organizado por un solo ente, por ejemplo el Estado, no se requiere gestión, sólo producción y el financiamiento está asegurado.En otro sistema teórico en el que la creación no es libre, es decir, se crea sólo “a pedido” tampoco se requiere gestión cultural. Se creará sólo aquello que está “vendido” a priori.Por tanto, la gestión cultural es una derivación de la existencia de la libertad de creación y de la diversidad de financiamientos de la actividad artística y cultural. Es decir, en un sistema en el que el financiamiento es escaso y compartido por diversos sectores, la gestión cultural es indispensable.Podemos afirmar entonces que la gestión cultural nace desde el momento en que hay creaciones múltiples y variadas, esperando por ser conectadas con un público también diverso y variado. Es decir, parte de la afirmación de que por reducida que sea una creación, siempre habrá una audiencia – pequeña o mayor según el contenido - dispuesta a recibirla y valorarla como una manifestación artística o cultural. En los tiempos que corren, no estamos en presencia del artista que crea sólo para satisfacción personal o de un solo individuo (mecenas). La creatividad es un bien social y la forma de hacerlo explícito y concreto es a través de la gestión cultural.Así como tenemos una diversidad de creadores y de audiencias, también debemos tener una diversidad de gestores. Es decir, gestores dispuestos a emprender acciones de la más diversa índole. No debiera ser concebible una creación cultural o artística que no pudiera lograr un administrador cultural que la gestione.La gestión cultural es entonces, por definición diversa y debe abarcar diferentes aspectos de la vida en sociedad.”
Corresponde que dejemos la lectura completa de la nota – que recomendamos, claro está – al blog donde nosotros la encontramos. Los comentarios están pensados para la realidad de Chile pero son perfectamente replicables para un país como la Argentina donde también estamos viviendo las contradicciones de profesionalizar una actividad que solía estar ligada a miradas más románticas aunque no siempre inocentes.
La gestión – o promoción o administración – cultural ha sido vista la más de las veces como una actividad vocacional: una escritora inspirada, un empresario generoso y progresista, un amante de la “buena” pintura y los infaltables críticos de artes varias entre otras respuestas variopintas.
Profesionalizar la gestión cultural supone una deontología como la que se propone – por ejemplo – en la nota que estamos comentando. Y eso ya es definir objetivos socialmente útiles para el desempeño personal: definir para quién se trabaja, transparentar los valores desde donde se opera, comprometerse con los resultados, vivir del propio obrar, entre otras.
Un debate sobre el que mucho se ha escrito y, seguramente, se escribirá. Lo novedoso del planteo de Navarro Ceardi es el marco donde pone el debate: “… como agrupación gremial, un elemento esencial junto con las universidades, que deben perfeccionar más y más sus planes estudios y formación y las corporaciones y fundaciones, constituyen las fuentes más plenas de trabajo para un gestor.”
Sí, somos nosotros y nosotras, gestores y gestoras culturales quienes debemos construir, junto a nuestro público, el espacio gremial de nuestra profesión.
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