Una nota del diario Los Andes de Mendoza da cuenta de un conflicto entre una artista plástica de esa ciudad y un banco cooperativo que censuró las pinturas que iban a exponerse en la sucursal mendocina del mismo.
El hecho tiene varias aristas que conviene pensar desde la gestión cultural. Veamos que publica el diario en torno a lo dicho por los protagonistas:
“La imagen de una Virgen sobre un cuerpo desnudo de mujer era una metáfora social y a la vez el reflejo de la relación entre la simbología femenina y la iconografía religiosa. La obra formaba parte de la muestra "Cuerpos sin espinas" y fue una creación de la artista plástica mendocina Cristina Pérez. Sin embargo su visión del mundo tuvo un paso fugaz ante la vista de los visitantes porque fue levantada sin aviso tres días después de su inauguración en la sala de arte Juan Scalco, del banco Credicoop ubicado en calle 9 de Julio de ciudad. ¿Las razones? Directivos del banco aseguraron que las obras eran "ofensivas" y las retiraron porque habían recibido quejas de algunos clientes. La artista reclamó pero la muestra no volvió a exhibirse allí.” (…)
"No sólo hubo una ruptura del vínculo contractual sino que hubo discriminación. La muestra fue levantada de mala manera en un banco muy progresista y muy democrático porque es una cooperativa y se jacta de eso. Lo llamativo es que nadie objetó la muestra antes, y la conocían. El problema es la discriminación por la temática de la obra y nadie tiene el derecho a juzgar una expresión artística", agrega el letrado. Para conocer la decisión del banco frente a la decisión judicial, Los Andes se comunicó con directivos del banco Credicoop que se comprometieron a realizar una declaración durante la jornada de ayer, pero finalmente no sucedió. El lunes salió el fallo de la juez en lo civil Silvina Miquel y aunque es favorable, la artista dice que "esto no se termina acá, seguramente el banco hará una apelación pero estoy contenta porque se nos dio la razón no sólo a mí, sino a un equipo de gente que trabajó conmigo, este no es un camino solitario".
En una nota relacionada que publica el mismo diario Graciela Distéfano - Directora del Espacio Contemporáneo de Arte – plantea un debate interesante:
“Creo que en el caso de la obra de Cristina Pérez se reaccionó de manera desproporcionada. Creo que no sólo hay censura sino también autocensura por parte de los espacios de exposición, sobre todo cuando se trata de un banco, que a pesar de tener una ideología progresista se dejó llevar por la queja de algún cliente y el banco no quiso perder ese cliente, eso está claro. Negocios son negocios.
También se abre la discusión sobre los espacios donde se hacen las muestras. Creo que no era el lugar adecuado, fue una concepción voluntarista pero no adecuada. La sala donde transita público que no está por el arte no es el mejor lugar y pasa a ser de cotillón o un adorno de un espacio. Creo que el caso es un disparador sobre otras discusiones. Aclaro que estoy de acuerdo con que el arte se integre a la vida, pero hay que pensar seriamente que lugar se le da.”
En primer lugar, la gestión cultural necesita financiamiento y las empresas son una opción posible pero debe haber una coherencia sin cortapisas entre los valores que expresa la gestión y los valores de quien provee los recursos.
Una empresa que cree, como se sostiene, que “negocios son negocios”, no es una buena socia para la gestión cultural. Es un límite que, en términos profesionales, no debiéramos traspasar.
Párrafo aparte merece el accionar de los funcionarios del banco que actuaron como banqueros y, visto los resultados, sin el menor asesoramiento respecto del acto mismo de montar una exposición de arte. Como bien se dice en el artículo citado se opero más desde una concepción decorativa, como quién agrega un jarrón más al mobiliario.
Sin entender que, aunque se pretenda lo contrario, el arte hace más que decorar: revela una concepción del mundo, expone una mirada, culturiza las formas para decirlo rápidamente. Y cultura significa proyecto pero también ideología (cosmovisión) en el sentido más amplio posible.
Y allí está, a mi juicio, la arista más fuerte de este debate, la contradicción entre dos valores igualmente válidos: la libertad de expresión y el respeto a la diversidad.
Una y otro son condición imprescindible de la gestión cultural: no es tal si no contempla ambos valores como centro de su accionar.
¿Cómo hacer convivir símbolos de culturas que pueden estar en contradicción? ¿Cómo respetar la particularidad religiosa sin menoscabar la libertad expresiva del arte?
Creo que Graciela Distéfano aporta una pista interesante: “…hay que pensar seriamente que lugar se le da”
Ese lugar es físico y también simbólico; no es lo mismo la pared del templo que un paredón de libre disponibilidad. Entre uno y otro media la misma distancia que va de la libertad de expresión a la provocación.
Se cultiva la libertad no aceptando censuras de ningún tipo y se cultiva la convivencia no cayendo en la provocación. Siendo claro con el público a quien se dirige nuestra propuesta se cultiva, además, la honestidad intelectual y profesional.
En sociedades democráticas (y aunque imperfecta la Argentina lo es) el arte puede ser militante y aún utilizarse como herramienta política pero no como arma que, por otro lado, ni siquiera parece ser la intención de la artista.
En este caso parece haberse producido una mezcla explosiva: el absoluto desconocimiento de formas elementales de gestión cultural por parte del patrocinador de la muestra más cierto “voluntarismo” de la artista. Y una tremenda torpeza adicional: pretender que la censura resuelva el litigio.
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17 septiembre, 2009
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