Una nota publicada por el portal de la Asociación de Revistas Culturales de España pone en discusión la condición de industrias culturales de las artes escénicas.
Se revisa allí la nomenclatura que este dominio tiene en diversas administraciones culturales públicas de España comparándola con los criterios utilizados en el mundo anglosajón. Se dice en el artículo citado:
“Las razones de que las artes escénicas no puedan ser consideradas como industrias culturales se deben a la naturaleza de sus procesos de creación, difusión y recepción, de los que ya hablaron en su día William J. Baumol y William G. Bowen en un conocido estudio en el que acuñaban el sintagma "cost disease" (fatalidad de costos) como característica fundamental de las artes en vivo como la danza, el teatro, el circo, la ópera o el ballet, además de estilos musicales concretos. (…)
“… el debate en torno a las industrias culturales no quiere convertirse en una cuestión bizantina, un diálogo de sordos o una pura disquisición terminológica. Quiere situar las artes en su territorio preciso para mostrar que unas requieren un tipo determinado de tratamiento en la acción de gobierno, y otras de otro tratamiento bien diferente, porque no es lo mismo la música rock que la música clásica, como también son diferentes la difusión del libro y la difusión de la danza.” (…)
“También persigue que la acción de gobierno en el campo de las artes se realice en función de aquello que hace que las artes sean lo que son y no otra cosa, o no cualquier cosa. Bueno es que determinadas actividades, sean artísticas o no, se aprovechen de las ventajas de una "industrialización" racional y cualitativa, pero las artes escénicas exigen otras políticas y otras orientaciones.”
Las industrias culturales – y la denominación en sí – han sido, desde siempre, objeto de intensos debates. No poco del cual puede encontrarse en los autores más representativos de la llamada Escuela de Francfort. Otra referencia inevitable es la clásica obra de Umberto Eco: Apocalípticos e Integrados.
Más allá de la discusión conceptual resulta interesante el enfoque planteado en el medio español sobre el lugar que las artes – en este caso, escénicas – y las industrias culturales deben tener en las administraciones culturales de nuestros estados.
El caso de la Argentina puede verse en el organigrama de la Secretaría de Cultura de la Nación donde figuran por un lado una Dirección Nacional de Industrias Culturales y por otro una Dirección Nacional de Artes.
Más allá de lo cual existen elencos e instalaciones de diversos niveles institucionales dedicados a las artes escénicas, por caso el Instituto Nacional del Teatro creado por ley de la Nación o el Teatro Colón dependiente del gobierno estadual de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Desde el punto de vista de la gestión cultural debiéramos debatir también, me parece, cuál deba ser la orientación fundamental del accionar público hacia las artes tanto como hacia las industrias culturales.
Por un lado están los cambios que las nuevas tecnologías le imponen a las industrias culturales e incluso a la gestión escénica que alguna vez tratáramos en una nota titulada “Cambio cultural e industria musical” donde planteábamos, por vía de hipótesis: “Y en consecuencia cabría una pregunta que involucra a todas las industrias de contenidos ¿Qué futuro tienen los modelos de negocio basados en vender soportes? Sea que estos fueren papeles, discos más o menos duros o incluso los modernos pen drive. La verdad es que las redes telemáticas – cada vez más potentes, rápidas y baratas – favorecen la trasmisión de todo tipo de contenidos para todo tipo de uso – trabajo, educación, compra venta de productos, etcétera. No pueden, claro está, trasmitir emotividad, por más que lo intenten.Podríamos arriesgar una hipótesis: sobrevivirán aquellas industrias culturales que logren incorporar emotividad a sus soportes o directamente faciliten el acceso a experiencias más emotivas.” Pero esto es sólo la mitad del problema.
“La imagen de un país es la de sus industrias culturales” declaró alguna vez el presidente de Consejo de Dirección de la SGAE (sociedad de autores y editores de España) Eduardo Bautista quien, además, se manifestó en apoyo al:
“… modelo por el que se empieza a apostar en Europa "para aprovechar las ventajas que tienen las industrias culturales en el marco de la economía global (...) este modelo cultural se asienta en tres pilares: un proyecto económico, "diseñado por expertos que conozcan el mercado y el desarrollo de las audiencias"; las subvenciones de los poderes públicos, "porque es su obligación"; y el compromiso del ciudadano”.
Allí aparece (desde la gestión cultural, insistimos) el problema en toda su complejidad: en tiempos de profunda globalización de públicos, finanzas y culturas lo que debiéramos problematizar no son ya las artes o las industrias culturales sino las condiciones mismas de la producción cultural de nuestras comunidades.
En primer lugar se trata de la reproducción de nuestras culturas, es decir la creación y recreación permanente de símbolos que nos permitan reconocernos en un mundo propio haciéndolo habitable. Incluyendo las consecuencias económicas que para nuestras comunidades tiene el intercambio con el mercado global.
En segundo lugar la capacidad de legitimar las prácticas artísticas y discursivas en entornos cada vez más competitivos incluyendo en primerísimo plano el involucramiento de la propia ciudadanía en su sostenimiento.
Y, más importante aún, el sostenimiento de la “continuidad y sentido” de nuestras culturas; esto va desde la puesta en valor del patrimonio cultural hasta la proyección de nuestra identidad al mundo.
Aspectos que deben “bajarse” al terreno concreto de la producción cultural: la formación de artistas, el sostén de elencos especializados, el mantenimiento de instalaciones específicas (en algunos casos, sumamente costosas) y la formación de públicos por solo citar algunas de las acciones necesarias. Cada una de estas acciones – y las muchas que no hemos listado paro no abundar – son imprescindibles para garantizar la producción cultural.
“La cultura puede ser clave para la economía” decíamos en otra entrada donde además se llamaba la atención sobre el hecho de que el sector cultural suele crecer, económicamente hablando, a un ritmo superior al resto de los sectores.
Pero esto es resultado y la producción cultural es proceso; requiere de tiempos de inversión que exceden largamente los tiempos de una puesta artística. Ese es el bache que sólo puede ser cubierto por la acción del estado y esto tanto para la creación artística como para las industrias culturales que, además, están cada día más imbricadas.
Se requiere adecuar las administraciones culturales a ese nivel de complejidad centralizando las estrategias y descentralizando la ejecución para garantizar la producción cultural en su conjunto y también para que “…la acción de gobierno en el campo de las artes se realice en función de aquello que hace que las artes sean lo que son y no otra cosa, o no cualquier cosa.”
Se revisa allí la nomenclatura que este dominio tiene en diversas administraciones culturales públicas de España comparándola con los criterios utilizados en el mundo anglosajón. Se dice en el artículo citado:
“Las razones de que las artes escénicas no puedan ser consideradas como industrias culturales se deben a la naturaleza de sus procesos de creación, difusión y recepción, de los que ya hablaron en su día William J. Baumol y William G. Bowen en un conocido estudio en el que acuñaban el sintagma "cost disease" (fatalidad de costos) como característica fundamental de las artes en vivo como la danza, el teatro, el circo, la ópera o el ballet, además de estilos musicales concretos. (…)
“… el debate en torno a las industrias culturales no quiere convertirse en una cuestión bizantina, un diálogo de sordos o una pura disquisición terminológica. Quiere situar las artes en su territorio preciso para mostrar que unas requieren un tipo determinado de tratamiento en la acción de gobierno, y otras de otro tratamiento bien diferente, porque no es lo mismo la música rock que la música clásica, como también son diferentes la difusión del libro y la difusión de la danza.” (…)
“También persigue que la acción de gobierno en el campo de las artes se realice en función de aquello que hace que las artes sean lo que son y no otra cosa, o no cualquier cosa. Bueno es que determinadas actividades, sean artísticas o no, se aprovechen de las ventajas de una "industrialización" racional y cualitativa, pero las artes escénicas exigen otras políticas y otras orientaciones.”
Las industrias culturales – y la denominación en sí – han sido, desde siempre, objeto de intensos debates. No poco del cual puede encontrarse en los autores más representativos de la llamada Escuela de Francfort. Otra referencia inevitable es la clásica obra de Umberto Eco: Apocalípticos e Integrados.
Más allá de la discusión conceptual resulta interesante el enfoque planteado en el medio español sobre el lugar que las artes – en este caso, escénicas – y las industrias culturales deben tener en las administraciones culturales de nuestros estados.
El caso de la Argentina puede verse en el organigrama de la Secretaría de Cultura de la Nación donde figuran por un lado una Dirección Nacional de Industrias Culturales y por otro una Dirección Nacional de Artes.
Más allá de lo cual existen elencos e instalaciones de diversos niveles institucionales dedicados a las artes escénicas, por caso el Instituto Nacional del Teatro creado por ley de la Nación o el Teatro Colón dependiente del gobierno estadual de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Desde el punto de vista de la gestión cultural debiéramos debatir también, me parece, cuál deba ser la orientación fundamental del accionar público hacia las artes tanto como hacia las industrias culturales.
Por un lado están los cambios que las nuevas tecnologías le imponen a las industrias culturales e incluso a la gestión escénica que alguna vez tratáramos en una nota titulada “Cambio cultural e industria musical” donde planteábamos, por vía de hipótesis: “Y en consecuencia cabría una pregunta que involucra a todas las industrias de contenidos ¿Qué futuro tienen los modelos de negocio basados en vender soportes? Sea que estos fueren papeles, discos más o menos duros o incluso los modernos pen drive. La verdad es que las redes telemáticas – cada vez más potentes, rápidas y baratas – favorecen la trasmisión de todo tipo de contenidos para todo tipo de uso – trabajo, educación, compra venta de productos, etcétera. No pueden, claro está, trasmitir emotividad, por más que lo intenten.Podríamos arriesgar una hipótesis: sobrevivirán aquellas industrias culturales que logren incorporar emotividad a sus soportes o directamente faciliten el acceso a experiencias más emotivas.” Pero esto es sólo la mitad del problema.
“La imagen de un país es la de sus industrias culturales” declaró alguna vez el presidente de Consejo de Dirección de la SGAE (sociedad de autores y editores de España) Eduardo Bautista quien, además, se manifestó en apoyo al:
“… modelo por el que se empieza a apostar en Europa "para aprovechar las ventajas que tienen las industrias culturales en el marco de la economía global (...) este modelo cultural se asienta en tres pilares: un proyecto económico, "diseñado por expertos que conozcan el mercado y el desarrollo de las audiencias"; las subvenciones de los poderes públicos, "porque es su obligación"; y el compromiso del ciudadano”.
Allí aparece (desde la gestión cultural, insistimos) el problema en toda su complejidad: en tiempos de profunda globalización de públicos, finanzas y culturas lo que debiéramos problematizar no son ya las artes o las industrias culturales sino las condiciones mismas de la producción cultural de nuestras comunidades.
En primer lugar se trata de la reproducción de nuestras culturas, es decir la creación y recreación permanente de símbolos que nos permitan reconocernos en un mundo propio haciéndolo habitable. Incluyendo las consecuencias económicas que para nuestras comunidades tiene el intercambio con el mercado global.
En segundo lugar la capacidad de legitimar las prácticas artísticas y discursivas en entornos cada vez más competitivos incluyendo en primerísimo plano el involucramiento de la propia ciudadanía en su sostenimiento.
Y, más importante aún, el sostenimiento de la “continuidad y sentido” de nuestras culturas; esto va desde la puesta en valor del patrimonio cultural hasta la proyección de nuestra identidad al mundo.
Aspectos que deben “bajarse” al terreno concreto de la producción cultural: la formación de artistas, el sostén de elencos especializados, el mantenimiento de instalaciones específicas (en algunos casos, sumamente costosas) y la formación de públicos por solo citar algunas de las acciones necesarias. Cada una de estas acciones – y las muchas que no hemos listado paro no abundar – son imprescindibles para garantizar la producción cultural.
“La cultura puede ser clave para la economía” decíamos en otra entrada donde además se llamaba la atención sobre el hecho de que el sector cultural suele crecer, económicamente hablando, a un ritmo superior al resto de los sectores.
Pero esto es resultado y la producción cultural es proceso; requiere de tiempos de inversión que exceden largamente los tiempos de una puesta artística. Ese es el bache que sólo puede ser cubierto por la acción del estado y esto tanto para la creación artística como para las industrias culturales que, además, están cada día más imbricadas.
Se requiere adecuar las administraciones culturales a ese nivel de complejidad centralizando las estrategias y descentralizando la ejecución para garantizar la producción cultural en su conjunto y también para que “…la acción de gobierno en el campo de las artes se realice en función de aquello que hace que las artes sean lo que son y no otra cosa, o no cualquier cosa.”
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