Dice la entrevistada: “…en cada ciudad, y en la mayoría de los países europeos, la multiculturalidad es un hecho. No hay una sola cultura sino varias coexistiendo y uno puede encontrarse con tantas nacionalidades diferentes que en su contacto van generando al mismo tiempo una cultura de la diversidad que en cada sitio adquiere formas y fisonomías propias.”
La nota recorre el estado de la cuestión en Europa en general y en España en particular con una mirada decididamente global. Vale la pena leerla en detalle.
La Argentina no escapa a esta realidad de ser una sociedad multicultural y lo ha sido desde siempre con momentos en los cuales su población era mayoritariamente inmigrante.
Desde 1853, año de su primera constitución y hasta, más o menos, 1950 en nuestro país se amalgamó la cultura de hombres y mujeres provenientes de todas partes del mundo.
Ese proceso histórico se basó en cinco grandes líneas de acción:
- Un proyecto cultural de largo plazo que ponía más el acento en la comunidad de destino que en la comunidad de origen plasmado en la dicotomía “civilización o barbarie”.
- Una amplia tolerancia religiosa.
- El reconocimiento de la ciudadanía a la primera generación de inmigrantes.
- La educación primaria masiva como forma de inculturación de esos nuevos ciudadanos y
- La promesa, la más de las veces no cumplida, de entrega de tierras a las familias que llegaban a estas playas.
Cierto es que en parte ese proyecto se ejecutó contra los intereses materiales y simbólicos tanto de los pueblos originarios como del gaucho, hijo mestizo de españoles e “indios”. Y que recién la reforma constitucional de 1994 reconoció la preexistencia cultural de los aborígenes y los derechos que de ello emerge.
Las consecuencias de esa deliberada exclusión todavía pueden rastrearse en ciertos discursos minoritarios que pretenden encontrar en tales o cuales "razones raciales" el origen de algunas de nuestras turbulencias.
Pero no es menos cierto que la Argentina no ha vivido conflictos interraciales ni interreligiosos más allá de la existencia de minúsculos grupos xenófobos que jamás tuvieron real significación en nuestra vida política ni cultural.
¿Puede esta experiencia servir de base a la construcción de un programa de acción multicultural? Sí, a condición de hacer una evaluación crítica de la misma.
En primer lugar digamos que la sociedad argentina amalgamó todas estas culturas desde un estado que imponía desde arriba y hacia abajo una visión única de qué era “civilización” y qué “barbarie”. Ese unicato en la visión civilizatoria es una de las razones de la violencia política y social que hemos vivido hasta hace un par de décadas y además hoy ya no es posible.
Por otro lado, y más allá de vagas e incumplidas promesas, no hubo una política capaz de crear oportunidades de trabajo para todos los inmigrantes generando enormes bolsones de desocupación reflejadas en el conventillo primero, en las villas miseria luego y en los actuales asentamientos que rodean a varias de nuestras más populosas ciudades. Esta permanencia de situaciones de desamparo económico puede, en un extremo, potenciar la xenofobia disfrazada de lucha por el empleo y los recursos económicos.
Finalmente, la enorme diversidad de origen de nuestras poblaciones no siempre fue percibido como una oportunidad sino que se establecieron categorías de inmigrantes deseables – los provenientes de Europa en general – y otros a los que se fue etiquetando como indeseables – los provenientes de Latinoamérica en general.
Las administraciones culturales derivadas de ese proyecto replicaron el patrón: tolerantes en lo religioso, centralizadas y burocráticas en lo político y económico, orientadas más hacia las elites que a la democratización de la producción, circulación y consumo de bienes y servicios culturales.
Los aciertos y errores de aquel proyecto nacional formulado por la Argentina de mediados del siglo diecinueve son una excelente plataforma para aportar a la formulación de programas de gestión multicultural; sólo falta que la administración cultural pública invierta en su investigación y desarrollo.
Desde este brevísimo repaso de nuestra experiencia un programa multicultural es aquel capaz de crear un proyecto común cuyo capital más preciado sea la más amplia diversidad de orígenes. El desafío es crear con los otros un nosotros extendido.
Notas Relacionadas:
La UNESCO y la diversidad cultural
Foro Alianza de Civilizaciones, Estambul, Turquía
Los odios no son virtuales
Convención sobre “Protección y la Promoción de la diversidad de las expresiones culturales”
Pero no es menos cierto que la Argentina no ha vivido conflictos interraciales ni interreligiosos más allá de la existencia de minúsculos grupos xenófobos que jamás tuvieron real significación en nuestra vida política ni cultural.
¿Puede esta experiencia servir de base a la construcción de un programa de acción multicultural? Sí, a condición de hacer una evaluación crítica de la misma.
En primer lugar digamos que la sociedad argentina amalgamó todas estas culturas desde un estado que imponía desde arriba y hacia abajo una visión única de qué era “civilización” y qué “barbarie”. Ese unicato en la visión civilizatoria es una de las razones de la violencia política y social que hemos vivido hasta hace un par de décadas y además hoy ya no es posible.
Por otro lado, y más allá de vagas e incumplidas promesas, no hubo una política capaz de crear oportunidades de trabajo para todos los inmigrantes generando enormes bolsones de desocupación reflejadas en el conventillo primero, en las villas miseria luego y en los actuales asentamientos que rodean a varias de nuestras más populosas ciudades. Esta permanencia de situaciones de desamparo económico puede, en un extremo, potenciar la xenofobia disfrazada de lucha por el empleo y los recursos económicos.
Finalmente, la enorme diversidad de origen de nuestras poblaciones no siempre fue percibido como una oportunidad sino que se establecieron categorías de inmigrantes deseables – los provenientes de Europa en general – y otros a los que se fue etiquetando como indeseables – los provenientes de Latinoamérica en general.
Las administraciones culturales derivadas de ese proyecto replicaron el patrón: tolerantes en lo religioso, centralizadas y burocráticas en lo político y económico, orientadas más hacia las elites que a la democratización de la producción, circulación y consumo de bienes y servicios culturales.
Los aciertos y errores de aquel proyecto nacional formulado por la Argentina de mediados del siglo diecinueve son una excelente plataforma para aportar a la formulación de programas de gestión multicultural; sólo falta que la administración cultural pública invierta en su investigación y desarrollo.
Desde este brevísimo repaso de nuestra experiencia un programa multicultural es aquel capaz de crear un proyecto común cuyo capital más preciado sea la más amplia diversidad de orígenes. El desafío es crear con los otros un nosotros extendido.
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