Los argentinos descendemos de los barcos; pero también venimos de la tierra. Ambas herencias a un tiempo y conviviendo. Una historicidad que el 25 de mayo de 2010 celebró su bicentenario.
200 años de un estado patrio que intenta organizar a una nación multicultural que registra una enorme diversidad temporal.
La cultura Colla, la Mapuche o la Guaraní – por citar los pueblos aborígenes más numerosos – tienen del tiempo narraciones diferentes que exceden en mucho los doscientos años.
Y sin embargo el bicentenario también los interpela y, naturalmente, les pertenece.El punto es entender que Argentina hereda - como casi toda America - el proyecto civilizatorio de la España del siglo xv, pero no solamente: heredamos, también, al Incario que se proponía a sí mismo como centro del mundo; al proyecto guaranítico de búsqueda de la tierra sin mal y al mapuche que se ancla en una Mapu - tierra - sacralizada.
La cultura Colla, la Mapuche o la Guaraní – por citar los pueblos aborígenes más numerosos – tienen del tiempo narraciones diferentes que exceden en mucho los doscientos años.
Y sin embargo el bicentenario también los interpela y, naturalmente, les pertenece.El punto es entender que Argentina hereda - como casi toda America - el proyecto civilizatorio de la España del siglo xv, pero no solamente: heredamos, también, al Incario que se proponía a sí mismo como centro del mundo; al proyecto guaranítico de búsqueda de la tierra sin mal y al mapuche que se ancla en una Mapu - tierra - sacralizada.
Sobre esas cuatro herencias culturales básicas se superpone lo que se ha dado en llamar el encuentro biológico y cultural de hombres y mujeres de cinco continentes produciendo un fenómeno cultural único en la historia humana.
Algunos llegados en carácter de conquistadores conquistados luego por la tierra, otros como migrantes expulsados de sus patrias por razones políticas, religiosas o económicas. Y los negros – muy importantes en la herencia cultural que nos dejaron – traídos para la esclavitud por el más brutal de los comercios.
La llamada generación del ochenta – siglo xix – pretende cambiar a ese pueblo mestizo por el inmigrante europeo. Proyecto civilizatorio que intentó reescribir la historia patria - Bartolomé Mitre mediante - para eliminar aquel origen mestizo.
Así surge la idea de los argentinos descendientes de los barcos. Pueblos transplantados según la clasificación de Darcy Ribeiro. Vano intento confrontado por los grandes movimientos de masas del siglo veinte: irigoyenismo y peronismo.
Horroroso plan de supresión de identidad que tuvo en la última dictadura argentina su ribete más trágico. Inútil fracaso de una intelectualidad descarnada de su tierra diría Kusch.
Algunos llegados en carácter de conquistadores conquistados luego por la tierra, otros como migrantes expulsados de sus patrias por razones políticas, religiosas o económicas. Y los negros – muy importantes en la herencia cultural que nos dejaron – traídos para la esclavitud por el más brutal de los comercios.
La llamada generación del ochenta – siglo xix – pretende cambiar a ese pueblo mestizo por el inmigrante europeo. Proyecto civilizatorio que intentó reescribir la historia patria - Bartolomé Mitre mediante - para eliminar aquel origen mestizo.
Así surge la idea de los argentinos descendientes de los barcos. Pueblos transplantados según la clasificación de Darcy Ribeiro. Vano intento confrontado por los grandes movimientos de masas del siglo veinte: irigoyenismo y peronismo.
Horroroso plan de supresión de identidad que tuvo en la última dictadura argentina su ribete más trágico. Inútil fracaso de una intelectualidad descarnada de su tierra diría Kusch.
El primer centenario se celebró - fraude intelectual mediante - como si la supresión de identidad hubiera sido consumada.
La reforma electoral de 1912 abrió la puerta al ascenso del irigoyenismo en 1916 que inaugura la republica de masas que aún hoy - 96 años después - sigue sin institucionalidad definitiva.
Es que resulta compleja la convergencia de aquellas diversas identidades culturales en un proyecto civilizatorio común.
La épica de ese intento celebra, a partir de este mayo, sus doscientos años. La revolución de mayo de 1810 supuso recrear el proyecto civilizatorio español mediante la creación de un estado propio.
El estado propio es el centro de aquella gesta heroica, en un punto, inconclusa. Doscientos años después debiéramos estar debatiendo / construyendo un nuevo punto de partida, o renovando aquel.
El contexto - aunque cueste verlo - es el mismo: la creciente planetarización de la experiencia humana. También la pregunta primordial: como construir identidad en ese contexto.
Quizás haya que volver la mirada hacia los proyectos civilizatorios que al cruzarse en estas tierras fundaron una cultura original, la argentina.
El de España ha sido - con sus luces, sombras y crueldades - uno de los proyectos civilizatorios más potentes de la historia humana. Portador – contra su voluntad a veces - de las tradiciones romana, judía, árabe y griega.
Impulsor de un cristianismo que también se pensaba a sí mismo como global, desasido de los estados y transversal a los particularismos locales. Un proyecto civilizatorio que se expresaba, trágicamente a veces, en la cruz y en la espada. Pero también en la gramática de Nebrija y en las artes nacidas a su influjo.
Hoy la cultura humana no toleraría la construcción de un imperio semejante aunque se pretendiera portador de una fe superior. Pero sí promueve la convergencia en grandes proyectos políticos, culturales y económicos.
Incluso es posible pensar culturas que participen a un tiempo de más de uno de esos proyectos. Aunque Huntington y su choque de civilizaciones pretendan negarlo.
Los relatos periodísticos de los festejos argentinos reflejaron esa realidad en alguna medida: descendientes de las más diversas comunicadas de Europa y aún Asia desfilaron junto a delegaciones de hermanas repúblicas latinoamericanas; del servicio religioso realizado en la Basílica de Luján participaron los más diversos credos, incluso aquellos que en otras latitudes viven conflictos ancestrales.
La Argentina mostró al mundo – más allá de pequeñas batallas de cartel entre algunos de nuestros más significativos dirigentes – que es portadora de una identidad cultural compleja y muy abierta. Mostró además que es capaz de expresarla con cierta eficacia estética y técnica, incluso en la reapertura de nuestro Teatro Colón.
Culturalmente hablando el segundo centenario nos encuentra en una posición muy superior al primero cuando pretendíamos una identidad europea que definitivamente no es tal.
Quienes nos dedicamos a la gestión cultural en estas tierras debiéramos tomar debida cuenta de este enorme activo simbólico y desarrollarlo, incluso en sus aspectos económicos.
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