El Real Instituto El Cano ha publicado un documento titulado “Los compromisos internacionales de España en materia de cultura” firmado por Lorenzo Delgado Gómez-Escalonilla y Marisa Figueroa.
Su contenido completo – unas 21 páginas – puede bajarse en formato pdf. El artículo está referido principalmente al caso español pero aporta algunas pistas sobre esta verdadera dimensión diplomática de las políticas culturales.
Dicen los autores: “Los acuerdos culturales han discurrido casi en paralelo con la evolución de la política cultural exterior, e incluso precedieron a la organización sistemática de aquella por parte de los Estados. Sus antecedentes cabe situarlos a finales del siglo XIX, concentrándose en materias tales como la protección de derechos de autor, el intercambio de publicaciones, el establecimiento de instituciones culturales y la equivalencia de títulos. Pero cuando adquirieron mayor densidad fue a partir de la segunda mitad del siglo XX, abarcando nuevas facetas e implicando a un número creciente de Estados. En la actualidad la firma de tales acuerdos es práctica común de las relaciones bilaterales y la diplomacia multilateral.” (...)
"... muchos de los intercambios culturales que se desarrollan en la esfera internacional se desenvuelven actualmente al margen de los Estados, mediante convenios entre universidades, museos, bibliotecas, centros de investigación, asociaciones y organismos no gubernamentales, etc. Por otro, las diversas tradiciones jurídicas de los Estados condicionan su preferencia por relaciones más regularizadas o más pragmáticas, más dependientes de la esfera estatal o de la sociedad civil, lo que tiene su correspondiente traslación al terreno que nos ocupa.”
Se reconoce que muchas de estas iniciativas de diplomacia cultural tuvieron poco de inocencia:
“En sus orígenes estuvo la proyección cultural asociada a la intervención colonial o la exploración de espacios como paso previo a imperios formales (dominio político-económico directo) o informales (dominio diferido sin control territorial). Los fenómenos de aculturación fueron un correlato de la expansión mundial de las metrópolis industrializadas. En la visión de esas metrópolis los conceptos de civilización y progreso emanaban de la lógica de la potencia y de los avances técnicos y científicos, que colocaban en la cúspide de la evolución mundial a Occidente (Europa). Según tal concepción, las metrópolis tenían que asumir una misión civilizadora respecto a las sociedades menos desarrolladas que estaban bajo su tutela.”
El documento analiza esa evolución histórica y sus principales protagonistas europeos: Francia, Alemania, Italia y el Reino Unido de Gran Bretaña.
“La dimensión cultural empezó a barajarse como un nuevo elemento de política exterior susceptible de reportar múltiples aportaciones: acrecentar el prestigio y la influencia del país en la escena internacional; abrir cauces a la colaboración política y la penetración económica; atraer a los cuadros dirigentes extranjeros y a la opinión pública, o en caso de contar con colonias de emigrantes en otros países mantener su sentimiento de nacionalidad y convertirlas en agentes difusores de su cultura de origen. Se sentaron entonces las bases de una política cultural exterior sustentada en la expansión del conocimiento de la lengua y de las creaciones intelectuales, artísticas y científicas de cada país.”
También las guerras y los conflictos económicos tuvieron, en el relato que hacen los autores, un correlato cultural: “...La propaganda cultural se concibió como un instrumento idóneo para ese campo de combate. Si las naciones totalitarias desarrollaron sofisticadas técnicas de manipulación de masas y no dudaron en sumar el concurso de la cultura a su arsenal, sus adversarios les dieron la réplica.” ... “EEUU fue uno de los primeros países en advertir que había que modificar las anteriores prácticas de corte unilateral, que remitían de una u otra forma a la política tradicional de las potencias dominantes con el resto de sus interlocutores de segundo orden (...) que el radio de la política cultural debía extenderse a colectivos que antes habían permanecido ajenos a la misma, lo que implicaba incrementar la actuación en terrenos como la educación y los avances científico-técnicos. La fórmula que comenzó a ponerse en circulación, "cooperación cultural, educativa y científica", respondía al cambio aludido en el horizonte de las relaciones culturales, pero también ponía el acento en el intercambio como mecanismo para romper con el desequilibrio implícito en conductas pretéritas.”
Los cambios registrados en las últimas décadas son descriptos en términos de “...los retos planteados por la globalización han tenido efectos apreciables sobre la dimensión cultural. Bien con la emergencia de universos culturales relativamente homogéneos, que han atraído el interés de los Estados más poderosos y las empresas multinacionales, bien con la reivindicación de identidades culturales de naciones, comunidades o minorías, en respuesta a lo que interpretan como un renovado intento de contaminación cultural.”
Concentrados ya en el caso español revisan los convenios suscriptos a lo largo de su historia nacional apuntando la notoria preeminencia de los acuerdos con nuestros países de habla hispana. Aún cuando:
“... el mapa de compromisos internacionales asumidos por España en materia de cultura abarca la casi totalidad de los estados americanos y europeos. En Asia-Pacífico ha tenido una destacada importancia la zona de Oriente Medio, con una perceptible tendencia a estrechar los lazos con otros países más lejanos del continente. En África se aprecia una marcada atención hacia los países ribereños del Mediterráneo.”
Sobre las materias de las políticas culturales se sostiene:
“... apuesta por una cooperación cultural extendida que abarca ámbitos cada vez dilatados –que van desde la enseñanza y el arte al intercambio científico o los asuntos medioambientales–, y por afianzar la presencia e implicación en los organismos internacionales multilaterales.”
Una lectura que nos ayuda a comprender la complejidad de las políticas culturales de estos principios del siglo veintiuno. Complejidad porque los actores exceden al clásico mundo de los estados en los dos últimos siglos y por la emergencia de dominios culturales más extendidos. Complejidad también en el sentido de la cantidad de variables que van construyendo identidades culturales globales y locales a un tiempo; con temporalidades tanto propias como ajenas.
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